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Aquí la tierra se funde con mis manos

domingo, 7 de enero de 2018

Manuel el pensador




Atrás, tapado por las hojas de un diario viejo, duerme don Manuel el pensador. Se rasca la cabeza, hace como si soñara algo y discute ensimismado acerca del poder y la política, mezclando frases de poeta cimarrón y prosaico discurso aparentemente filosófico. Es un perro viejo, dicen los vecinos. En realidad, lo tratan como si hubiese sido en otra vida un perro del común; pero Manuel el pensador, llamado por otros también el discípulo de Sócrates el griego, es un hombre hecho y derecho, aunque torcido por la intemperie y el alcohol. Un par de cartones retorcidos y sucios le hacen las veces de colchón y cama en la esquina de Brasil y Defensa, justo en frente del Parque Lezama. Las hojas de diario lo tapan y lo dejan detrás del mundo, ferviente mundo de ingratos ignorantes, suele decirse él algo así como entre dientes, con los pocos dientes que tiene. Para muchos es un simple perro humano, para otros un hombre echado a perder; pero los menos y más sabios lo han calificado como un inconfundible pensador de teorías y utopías, un vagabundo que está al tanto del mundo, de sus noches y sus días, de sus guerras y sus treguas. No quiere nada con nadie. A veces una monja santa viene y le da un sándwich de mortadela. Y así vive, pensando y pensando su mitología filosófica. Quien lo quiera conocer no tiene más que tirarle unas monedas.





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