Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

martes, 11 de diciembre de 2012

El éxodo



Había llegado la noche, él sabía que el cielo de la ciudad había olvidado sus estrellas en algún lugar solitario, que ahí las luces se arrastraban con las sombras por la aspereza del asfalto y el hormigón, que hasta los grillos habían decidido callar frente a tal inmundicia de basura metropolitana, y que los frondosos árboles ya no se sucederían por el sendero de tierra negra, sino que en su lugar vendrían las publicidades luminosas de anuncios frívolos que pasaban ahora entrando por su ventanilla de ómnibus mientras llegaba a la capital. Mas no por eso volvería jamás a los trinos de los pájaros y a las noches estrelladas.No, estaba jurando no volver porque don Tito le había dado buen consejo, porque la china renunció a seguirlo tan lejos, porque pa ir al éxito había que salirse de una vez por todas del rancho. Había en su ser un profundo deseo de gentío. La soledad rural lo había entristecido y ahora la ciudad iba llegando llena de ansiedad y trabajo. Iría concibiendo de a poco la idea de amontonarse, de juntarse los codos con otra gente, de aprender no amar a un dios y a temerle, sino a saber querer y respetar esa masa junta de aquí para allá, apurada siempre y sin calma. Su corazón saltaba lleno de esperanzas nuevas y sin embargo, no tendría finalmente un ánimo feliz, siempre recordaría más contento sus años en el campo entre el cielo galáctico y el inmenso llano verde: Ella había quedado atrás, entre esos pedazos queridos de memoria recortada, junto al maizal, junto a la frescura de la laguna y alrededor de la luna regadera de amor que una vez hubo de ser testigo de sus primeros besos. Ya instalado en una pensión cerca de Retiro, encontraría consuelo a su  solitaria vida pensando en voz alta, hablando con algún ángel perdido en su ventana de tercer piso a las cuatro de la madrugada sin dormir a quien confesaría su fragilidad.