Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

viernes, 15 de marzo de 2013

Una foto de dicroicas amarillas



Cuántas luces y no son estrellas. Lamparitas de la noche metidas en los bares y boliches de vaya a saber qué rincón de Buenos Aires. No quiero despertar. A veces me pasa, tratar de prolongar el sueño más allá de la luz del día e insistir lo máximo posible, concentrándome en el inconsciente, hasta llegar a ese infinito limbo de luces brillantes sobre mi cabeza. No es pesadilla, no diría eso, es un sueño eléctrico de fondo oscuro y de olor a gente. Sí, porque en los bares llenos de lámparas también se acumulan ellos. Por eso no es un sueño solitario, porque presentes los otros están aunque solamente vea dicroicas. No las confundo con las estrellas, porque éstas viven en el campo sin ese olor amontonado. Me resisto a despertarme, no quiero dejar de ser esta visión quieta de luces que no quieren apagarse. Creo mi propio nirvana sueño compuesto por mil lamparitas prendidas como ideas de un poeta.


viernes, 1 de marzo de 2013

Bartolomé en sus geométricas proporciones



Bartolomé es un señor medido por los ejes cartesianos: tanto la altura en eje de las y, como la anchura en el eje de las equis. Es un ser en plano, como la mesa en la que escribo. Le falta la coordenada zeta para tener algo de humanidad. Y lo grave es que una vez fue profundo, una vez tenía cierto sentido de sensibilidad y arte, pero de eso hace tanto... El eje de las zetas se le evaporó luego de sus primeras ilusiones aplastadas por el buen tino de sus padres, que eran ya pertenecientes al club de este mundo chato. La zeta se le fue a la luna, donde mira de vez en cuando con nostalgia. Pero Bartolomé ya es un hombre derecho y ya sea por fuerza externa o comodidad interior transita la mediocridad del mercado de valores en una bolsa llena de plata que ha acaparado todo sentido humano lográndolo convertir en publicidad televisiva. Hoy Bartolomé ejercita las equis y las y, pero las zetas, la profundidad de esas zetas soñolientas solo las ve de vez en cuando en la luna, lugar ya pisoteado por los hombres desde mil novecientos sesenta y nueve. Ahora a sus años se acomoda en ese sillón mullido empotrado en el capitalismo y la frivolidad.