Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

domingo, 30 de agosto de 2015

Cómo beber vino gratis




Instrucciones para beber un buen vino sin pagar


Introducción


A veces necesito ponerme a dar instrucciones; espero que las consideren bien, que no se molesten. Es verdad que toda instrucción tiene una solapada intención de orden; por ejemplo, los manuales de cocina, ¿no es verdad que Doña Petrona tenía dentro de sus recetas un eso así sí, un eso así no y un eso jamás nunca o tu torta no le servirá ni siquiera al gato? Bueno, yo también percibo como unos cuantos las instrucciones como una camuflada idea de cuerpo a tierra o un uno dos tres. Pero les pido, por favor, que esta vez tomen mis instrucciones no como una orden marcial a cumplir, no como una imposición o deber, sino como lo que es, una ley sin más. Claro, deben cumplir al pie de la letra las instrucciones.


Secuencia de instrucciones


1- Ir al Carrefour o al Coto con un sacacorcho en el bolsillo izquierdo y una botella de agua en el bolsillo derecho.

2- Escoger el vino más caro y arrogante de la estantería de vinos.

3- Pedirle al repositor que le explique a usted las características del vino que ha escogido.

4- Destaparlo de inmediato con el sacacorcho que usted ya tiene en su bolsillo izquierdo.

5- Empinar el codo hasta la mitad de la botella.

6- Rellenar lo que se ha vaciado con el agua de su bolsillo derecho.

7- Devolver la botella a la estantería de vinos.

8- Salir, tratando de no ser visto, a la avenida Maipú.





sábado, 29 de agosto de 2015

Cogito ergo estoy



Se está. No imaginemos seres soy porque los seres soy son absolutos, quietos, determinados, trascendentales, platónicos. Si digo yo soy, entonces ya estoy hecho, ya no tengo vuelta, ya no puedo cambiar, crecer, envejecer, morir. Hay estados; estoy feliz, estoy triste, estoy abrumado, estoy loco... Pero los soy, ya no.



martes, 25 de agosto de 2015

ensayo





Ensayo: Dos paraguas abiertos y un macaco chillando a lo loco


Hay días en que los sueños se hacen realidad. Pero, también, y a la inversa, hay días en que la realidad se hace un sueño.


Para la primera opción tenemos, cantidad considerable de casos y variantes, tantas circunstancias que podremos hallar un enorme conjunto de ejemplos, de bibliografía, de hipótesis, de conclusiones más o menos resueltas, un panorama conceptual relativamente vasto para lo que se refiere al tema, que no ahondaremos en ello. Sólo mencionaremos un-sueño-hecho-realidad para oponerlo a los casos menos frecuentes y de los cuales nos iremos a ocupar a continuación. Estamos refiriéndonos esencialmente a los tipos la-realidad-hecha-un-sueño.


Primero nos ocuparemos de los diferentes campos en los que se le puede llegar a cumplir el fenómeno en cuestión. Valga redundar en que la más de las veces sucede que la realidad es realidad, que el sueño es sueño y que, suplementariamente ocurre o puede ocurrir que los sueños se trasforman en situaciones cotidianas. Imagínese lo que queda de campo libre para nuestro asunto, las realidades hechas sueño. Es, en verdad, un tema difícil de tratar, pero no por eso imposible.


Trataremos de empezar de manera estructural y sintética. Volcaremos a priori  las categorías de la-realidad-hecha-un-sueño a los casos particulares. Primero armaremos el marco conceptual y después, hasta donde podamos, nos dedicaremos a ejemplos y casos específicos. La función de nuestros intentos es poder dar algunas reglas que se adecuen a cada situación poco común.


Postularemos, para nuestra hipótesis, los siguientes conceptos estructurales que hacen estos fenómenos ocurrentes y escasos se den, que estas mínimas situaciones realidad-sueño confluyan.


 La primera a nuestro entender es la propiedad mental del hombre de la imaginación. El hombre tiene gracias a esta cualidad virtual la posibilidad motora y real de llevar a cabo una proyección en el espacio y en el tiempo de tal forma que lo imaginado, lo vislumbrado, lo concebido interiormente, puede llegar a ser una realización factual, una creación, una naturaleza nueva.


El siguiente concepto estructural, constitutivo del andamiaje hipotético del cual se verán funcionando maquinalmente los casos particulares, se lo puede distinguir como un conjunto marco de conceptos más pequeños cuyo aporte se los debemos al surrealismo. Nos subirnos a esas espaldas para poder dar cuenta de nuestro fenómeno en cuestión: la realidad-hecha-un-sueño.


Pero para ahondar mejor en tema nos es necesario hacer un recorte del surrealismo y dar a conocer unos pocos aspectos en los que nuestro movimiento y el movimiento lucitario como patrón han impulsado desde hace más de veinte años.


Unos de los aspectos del surrealismo que nos convoca, a nuestro entender y desde la óptica lucitaria, es la utilización en masa de artilugios y temas paradigmáticos, de situaciones donde confluyen lo onírico con la cotidianeidad a la manera de collage y, como el lucitarismo propone (nosotros nos sumamos a ello), el uso indiscriminado de posibles e imposibles en un mismo plano, o posibles y posibles puestos en juego de manera tajante. Con esto queremos decir que, dados dos posibles correspondientes a un escenario distinto cada uno, se los puede llevar y superponer en una misma situación o escena y hacerlos funcionar de una manera arbitraria, no natural.  


Entonces, en resumen, tenemos dos aspectos fundamentales para la formación del fenómeno una-realidad-hecha-sueño. Primero, la imaginación; segundo el surrealismo interpretado por el movimiento lucitario en sus conceptos de situaciones paradigmáticas, collage y arbitrio escénico.



Ahora, llevemos a ejemplos prácticos toda esta estructura expuesta hasta aquí. Tomemos de la imaginación un mono africano, un macaco de algún sitio de la selva africana; encerrémoslo por el momento en una jaula y trasladémoslo a un escenario vacío. Tomemos ahora también de la imaginación dos paraguas de cualquier ciudad con lluvia, quitémosle a dos transeúntes el paraguas que llevan en sus manos. Bien, ahora, otra vez por translación llevémoslo al escenario donde está el mono (ahora el mono chilla a lo loco). Pongamos los paraguas ahí. Bien. Listo. Hemos concluido nuestro trabajo.






lunes, 24 de agosto de 2015

las manos




Las manos


No me pregunten mucho por qué; soy los árboles recién podados, esas especies altas y lustrosas que recortan el espacio con sus recias, retorcidas e implacables ramas desnudas, pasadas a motosierra aquí y allá; como si fueran garras que se levantan desde el infierno; como si fueran un manotazo de ahogado, de gigante vivo y enterrado intentando salirse en un gesto abrupto, en un acto último de golpe de boxeo a la superficie y a la altura, irguiéndose, desafiando el silencio, la ausencia, el olvido; monstruos tapados por la tierra buscando manifestarse en esa presencia infinita que fue nombrada como alameda , sauzal  o simplemente plaza de invierno, sin sombras.

 Repito: Soy los árboles, abúlicos, tullidos, quietos y sin hojas. Espero con paciencia los días largos, el reverdecer de mis yemas dormidas, los nidos y las aves, las flores, los aromas, los niños trepándose a alguna rama. Pero en invierno, en un invierno como éste es difícil no ser esas manos que se asoman desde la tierra como tratando de salvarse, de rogarle al cielo un poco de calor.







domingo, 23 de agosto de 2015

Destino cruzado




Destino cruzado


Eran dos hermanos. Habían nacido el mismo día, de la misma madre; gemelos. El tiempo hizo que se distanciaran; desde la pubertad que no se veían las caras. Sus diferencias eran notables. Uno había servido en la década del setenta a los servicios de inteligencia del proceso de reorganización nacional. Era, en definitiva, un entregador, un espía del gobierno militar, un hijo de puta. El otro, en esos mismos tiempos se había ido a vivir al Bolsón escuchando a John Lennon y participando activamente del hipismo. Se había hecho artesano, medio alcohólico y drogadicto. Era -decían-, un vago de mierda.


Los años pasaron; vino la democracia, la caída del muro de Berlín, el menemismo, la típica frase Say No More de Charly García y el siglo XXI. Todo eso pasó mientras ellos crecían, envejecían y caían en la cuenta de sus achaques. El primero sufría en sueños de paranoia. A él no le había tocado el Juicio, el Nunca Más, la cárcel; pero soñaba mucho con ser arrestado y condenado sus últimos días. El otro, que estaba ya algo vaqueteado de tanto LSD aunque ya sobrio debido a un tratamiento a tiempo, también se le daba por soñar. Pero éste soñaba con una droga orgásmica; soñaba que le inyectaban esa droga en el Uritorco cordobés y que empezaba a volar, a levitar hacia otra parte, y que lo recibía en sus propias manos Marilyn Monroe, que tenía sexo con ella y que moría así, de un infarto terminal, lleno de éxtasis.

Sus sueños eran siempre los mismos; se les repetían incansablemente. Y hubiera sido curioso que para este último tiempo se encontraran ellos tomando un café, mirándose la cara y las manos, y que se contaran sus sueños porque, de verdad, eso tenían de común: cada uno por su lado, cada uno con su sueño, pero siempre los mismos sueños todas las noches.

No recuerdo sus nombres; pero eran tan parecidos en su aspecto físico que sería pecado recordarlos; en definitiva,  eran tan similares exteriormente que uno podría intercambiar sus nombres, y esto es un riesgo demasiado alto, ya que nada tenía que ver uno con el otro. Por eso se podrá hablar del uno y del otro como primero y segundo, como el verde y el amarillo, como el rojo y el azul, pero es tan fácil olvidar quién era quién. ¡Qué más da! Al oráculo tampoco le importó.

Los sueños dicen que a veces se hacen realidad. Bueno, en esta historia sucede así, aunque no tan así. A veces el destino puede equivocarse, a veces la pitonisa puede confundirse. Todos cometemos errores. Y ellos eran tan gemelos que… bueno, la historia, la historia no hizo justicia. Pero, ahora yo les pregunto: ¿desde cuándo hizo justicia la Historia?

Voy a concluir. Aunque ustedes ya deben saber el final. Dos hermanos gemelos, iguales por fuera pero sumamente distintos por dentro. Los dos, sin embargo perseguidos por un sueño, y el destino que se equivoca. Uno muerto de éxtasis una noche de locura, el otro preso aunque inocente, equivocadamente preso por homicidio. La vida es cruel a veces porque el destino también es humano y puede errar.





sábado, 22 de agosto de 2015

Un grito sagrado





Un grito sagrado



Noche. Una leve luminosidad que llega desde la ventana de calle. Apenas bordes de muebles y sombras. Lo pies de la cama y, más allá, el pasillo.

No puedo hacer ruido, Helena. Me harta esto. Después de las diez todas deberíamos estar dormidas en la cama. Ni siquiera se me está permitido llevar esta linternita de mano que voy a encender. Se me hace difícil pensar desde que prohibieron cualquier ruido y cualquier luz después de la cena. Pero qué sé yo, no me duermo tan fácil como sabrás, Helena. ¡Ay!, cómo me gustaría saber algo de vos. Lo que pasó ayer amerita mantenerme en vela por un rato y escribir por lo pronto algunas líneas. El trazo contra el papel  es sordo, no se dará cuenta Doris que estoy  despierta escribiendo. El peor problema es la lucecita. Cuando venga ella por el pasillo voy a tener que apagar la linterna, interrumpir. Igual voy a escribir, Helena. Me gusta tomar nota de los verdaderos acontecimientos. Hay días que no pasa nada de nada. Pero ayer fue un gran día, y todo gracias a vos.

Clic. Luz redonda. Un cuaderno de tapas azules que se abre. Blancura en las hojas rayadas. Una lapicera negra. Manos blancas, muy blancas sosteniendo la lapicera.  

“En el mundo de hoy las auténticas heroínas suelen olvidarse en un completo anonimato. Pero yo voy a hacerte homenaje a  vos, mi compañera de habitación”

Clic. Noche. El sonido de los pasos acercándose. Una sombra humana que pasa.

Esta Doris. Tiene toda la rabia encima. Igual, me llena de orgullo. Me siento la más buena de todas las internas después de vos, Helena, claro. Acá sí que hay buenas y malas. Y sobre todo malos, como el señor Paloti. Porque a fin de cuenta las enfermeras son como los soldados. Ellas hacen lo que se les manda.

Clic. Luz redonda. Otra vez las manos blancas sosteniendo la lapicera negra sobre el cuaderno rayado.

“Helena, la heroína. Si las habrá como vos. Helena mi amiga de cuarto. Desde que te saliste te extrañamos yo y Matilde. Más yo que Matilde. Ojalá estas líneas pudieras leerlas a la distancia con esa telepatía que tienen algunas. Este es mi gesto de amistad y mi oda hacia vos. Donde quiera que estés. ¡Si pudiera contarte el odio feliz que te tienen todas estas enfermeras!”

Clic. Noche. Pasa la sombra de Doris otra vez pero para el otro lado.

Acá las internas estamos todas locas. Pero Helena, vos eras distinta, Helena, vos sos diferente. Si te conoceré yo que te vi entrar. Estabas totalmente sana. Te enfermó el encierro y cómo nos dimos cuenta. Cuando me contaron tu historia hicimos todo por vos, Helena.

 A ella, a Helena, a mi amiga, la encerraron para taparle la boca. Maldigo al señor Paloti y a toda su parentela. Matilde y yo la ayudamos. A los tipos importantes se les olvida enseguida que en realidad son una basura disfrazada de guita y elegancia.


Clic. Luz. Otra oportunidad para Soledad.

“Helena libre; Paloti en problemas. Gracias a todos los angelitos. Para que de una buena vez la lección se dé en el correcto sentido. Que vivan las amantes y las heroínas”

Clic. Noche.

A Helena le hicieron una tumba en vida. Cuando nos contaron que era amante del señor Paloti, el miserable dueño de la clínica, y que él mismo la había encerrado para callarla qué odio se nos vino encima, qué ansias de venganza… Y pensar que Helena no lo supo hasta quedar adentro de este manicomio, no supo que el tipo era casado. Y la que salió bien parada fue la señora de Paloti, claro. De seguro que ella también sabe todo pero no le importa. Ya le habría investigado los bolsillos. Ahora se les viene la noche a ellos.


Clic. Luz.

“Helena, te amo con toda el alma. Ojalá pudieras verme llorar y reír por vos”



Clic. Noche.

Después de lo de ayer Doris está hecha una fiera. Le encajaron toda la responsabilidad y escuché por ahí que le descontaron del sueldo. Ahora que lo pienso bien Doris en el fondo te quería afuera. Helena, vos le eras insoportable. Me acuerdo cuando la mordiste. Bien hecho.

Es incómodo: Doris pasa a cada rato.


Clic. Luz.


“Ayer Helena te escapaste de clínica vistiéndose de enfermera. Te ayudé yo y la ayudó Matilde, la chica de al lado. Nosotras nos dimos cuenta del daño que te había hecho todo esto. Queríamos ayudarte. No hay como dos locas para darse cuenta de la verdad y la cordura de una tercera.”


Clic. Noche.




El cielo




El cielo


El boliche tenía las luces rojas y azules bien puestas, girando, dándole vueltas a la noche tropical en el barrio. Era julio y hacía un tornillo que para qué te cuento. Pero la gente había salido y venido, como de costumbre, ese sábado como tantos, esa noche como tantas, a sacudir las cachas y encontrar, tal vez, la borrachera o el amor. Sonaban al taco Los chacales y La Nueva Luna, pero también se mechaba de tanto en tanto el cuarteto cordobés con La Mona a todo trapo.

La muchachada había entrado por la puerta derecha, haciendo la fila desde temprano para conseguir descuento. Algunos ya tenían pase porque el patova los conocía de otro lado y estaba todo arreglado. Las minas y las parejas entraban más tarde por la otra puerta. Había cada piba, cada cuerpito, cada ángel. El boliche tenía fama por el tipo de concurrencia, chicas bien armaditas, pero también dadas. Había chamuyo; uno tenía chance.

Miguel tuvo que pagar la entrada sin descuento. Sus compinches ya estaban adentro cuando él llegó, después de la una. Al pasar la puerta, al correr la cortina negra que lo separaba del Cielo, la música lo tragó por completo y el humo del tabaco lo invitó a prenderse uno.

Hasta que se acomodó a la escasa luz interior, se quedó a un costado, contra una columna, fumando traqui y pispeando a las minas. Después fue a la barra como para entonarse un poco. Tuvo que hacer otra cola, igual que había hecho afuera, y al llegar a la caja pagó un trago de tequila. Tomó con degustación y después se puso a buscar entre la multitud y la semioscuridad la presencia de sus amigos.

Los vio. Les alzó el pulgar. Vino a meterse en la ronda. Dos ya estaban chapando. El resto, ahí, formando el círculo humano. Todos movían al menos los pies en señal de baile. Alguno menos tímido bamboleaba la cabeza un poco y hacía saltar un tanto sus hombros.

La morocha estaba re buena. Venía vestida de azul o negro. Vaya a saber el color. Se notaba que estaba teñida de colorada, aunque todos sabían que era bien morochona hasta la punta de los pies.  Y Miguel la miró, y los otros también. Pero Miguel ya la había querido para él y su primera mirada fue suficiente para que todos lo entendieran.


Había venido al barrio hace poco. Se instaló  a la vuelta de la casa de uno de los pibes. Pero nadie se había animado a preguntarle nada hasta que apareció en el Cielo. Miguel ya envalentonado, después del tequila, se encargó de romper el hielo y se acercó hasta sus ojos para saludarla, darle la bienvenida y preguntarle su nombre.

“Soy Daniela.”

Su voz terminó de dejar tontito enamorado a Miguel y se le puso a chamuyar como hacía rato.

Daniela no paraba de mover sus manos de acá para allá. Parecía una hadita. Su cuerpito no podía estarse quieto; la música la llevaba, le movía los pies y las manos. Sin embargo, sus ojos, de un brillo tremendo, se fijaron en Miguel; eran lo único que tenía quieto. Miguel, el chango Miguel, no podía creer tan lindos ojos.

Le contó que se llamaba Miguel, que trabajaba en el taller de su tío, que vivía como a unas seis o siete cuadras del Cielo, que sus amigotes lo celaban en todo, pero que era una envidia sana, de admiración como se dice. Y lo mejor de todo: él era muy buena gente, y tenía códigos. Para él, un tipo sin códigos era una basura de tipo. Y ella le sonreía y le hablaba de su mamá, de su hermano mayor que estaba preso en el penal de Ezeiza, de su papá, Carlos Rey, ya muerto de cólera, de que se habían mudado por estos lados por trabajo, que ella siempre tenía un ángel aparte, que quería estudiar después de terminar la nocturna, que se tenía toda la fe.

Y así empezaron a conocerse. Mientras tanto, las lucecitas y los flashes blancos del boliche le daban tono a todo eso, hasta que se pudrió, hasta que dos boludos se empezaron a agarrar a trompadas porque seguro que estaban re en pedo. Se ve que venían ya medio mamaos desde la casa y ahora se peleaban por alguna minita o qué se yo. Entonces se metió Miguel para separarlos y para qué. Pum, le dieron un puntazo en la panza y tuvo que venir el Same y la policía.

Miguel, el chango Miguel, sobrevivió. De pura suerte. Los amigos lo acompañaron cuando fue lo del hospital. Creían que se iba a morir por toda la sangre que le salió. Pero zafó de pedo. Cuando Miguel se enteró que Daniela estaba en el hospital la herida sola se empezó a sanar. Entonces, fue ahí cuando el chango creyó: “Me tocó en suerte un angelito”.




viernes, 21 de agosto de 2015

En el proscenio



En el proscenio




Yo soy un tal Benicio, querido público: de entre señores, señoras, conejos y cronopios. Nací hace tiempo, cuando todo era chato, límpido, raro. Fui amigo y compañero de muchos héroes, siempre el segundo de muchas dignas historias. Pero no pude ser abogado ni arquitecto de mi ello, de mi verdad, de mi diario íntimo, ni siquiera un poco de mis pequeñas cosas de porcelana. Hice dibujos como diagramas de venn y me metí adentro de una poesía que no cierra, adentro de un conjunto de palabras enteras de número variable, de tendencia limitada, cara. No fui una serie de relámpagos surcando la bola de cristal de un brujo loco. Soy, por desquite, un personaje algo tocado pero recio, como esos que salen en la televisión con una pancarta que dice no y basta en los portales del panteón del empleado del mes, en un tiempo difícil, en un 2001, o en un 2001 triste. Voté muchas veces la idea anarquista, impugne, rota. Hice lo que pude, soy un hombre de carne y hueso; no esperen de mí ni de mi conciencia una maravilla de canción, ni promesas cumplidas, ni pájaros tiernos revoloteando el océano azul, ni conchas abiertas donde las sirenas les canten melodías absolutas. Les pido perdón y disculpas por todo desliz gratuito y molesto que éstas mis palabras intentan sondear en el auditorio. Crecí, lloré y reí como diría un hermano argentino que tengo adoptado desde que él me adoptó a mí y que lo escucho desde cuando su hija de la lágrima me tocó las espaldas. Y ustedes me preguntarán, me irán a decir qué quiero con todo este espectáculo acá, delante de tanta concurrencia abúlica, distante, azul de tan fría y sin embargo ferviente de sol, tullida, necesitada de palabras. Y es ahí cuando me quiebro, mis queridos conejos, mis queridos cronopios; es ahí cuando la melancólica piedad me invade hasta las vértebras. Entonces me tengo que sentar igual que ustedes, sentarme gris y pedir que apaguen la iluminación y la puesta en escena, dirimir entre el yo y el tú, y finalmente confundirme en un tú grande como el teatro. Ahora lloro, ahora me tapo los ojos y lloro. Si alguna vez fui un héroe, ya me había quitado los ojos mucho antes. La vida es así: por momentos uno viene como surfeando la cresta de una ola que no termina de desparramarse nunca, pero cuando viene la luna, cuando la luna se posa en la verdad, la tragedia nos habla a la cara y el yo se diluye en esa luz espectral.



miércoles, 19 de agosto de 2015

Panfleto flashero



Queridos compatriotas, queridos compañeros del centro de estudiantes de la confianza ciega, tenemos la obligación de dar a conocer la injusticia social que se impone dados los acontecimientos acaecidos recientemente. Basta ya de ajuste a los cordones de zapatillas, basta ya de las medidas de sesgo imperialista implementadas por las autoridades de la comisión pastelera de suspiros de monja. Abajo los pianos y las claves de sol, compañeros. Arriba el pueblo de Laguna seca y Torito alzado. No bajemos los brazos, compañeros. La lucha sale fría o caliente. Depende de la canilla que abramos, compañeros. NO nos dejemos amedrentar.



martes, 18 de agosto de 2015

no duermas



La noche es un témpano negro que tapa la luz del día como un copón invertido. El insomnio es la luz en los ojos, la luz en el cerebro. la luz noche que se bate entre la memoria y el olvido. Me saben decir que el sueño se esconde detrás de la esquina verde, al reverso de la imaginación santa, o sana, o amarilla si se puede nombrar de otro modo... Lo importante es mantenerse en pie hasta que pasen las horas del hombre de la bolsa. No permitas que te lleve el hombre de la bolsa, no permitas abandonarte en el sueño y la derrota, porque ese hombre perverso tiene una medida igual a tu talla. Que venga el sol, que nos encuentre a todos de pie cuando aparezca el rayo verde, el horizonte rojo, los pío pío y el rocío colgado en las hojas del plátano. No implores a la superstición la llegada de venus, estamos perdidos en la noche oscura y no hay hada o bruja que viaje surcando el cielo. Ojala me acompañes en este no soñar, en este no pensar, en este estarse siempre de pie.



miércoles, 5 de agosto de 2015

Plegaria de un muñeco roto



Plegaria de un muñeco roto

Las pinturas y las cerámicas me invaden la memoria y no puedo dejar de recordar tus manos de arcilla, tu brillantina en el pelo, las lámparas que encendías para mostrarme las estrellas, los cometas, las mil quinientas lunas redondas como faroles y luciérnagas, como pececitos de color y linternas de subterráneo.
Y el tiempo, escaleras de veinte peldaños, esfuerzo caro para poderte tener de nuevo, me toca las ventanas y las puertas con un golpe estridente y seco. Como si todo estuviera vacío y a la vez dinamitado por los sueños. ¡Si me habrás moldeado a tu antojo, vos, loba mía, capullo de magnolia, poesía y trazo azul! Porque en mi espalda tendiste cien lienzos y en mis rodillas imaginaste las esculturas de Rodin.
Luego el olvido, tu borrón sobre nuestros días, las sagradas fotos tiradas adentro del cajón de manzanas, el silencio y las mil noches de insomnio, hicieron que te busque en los pasillos de un laberinto intrincado donde yo ya no soy yo, sino un fantasma perdido que encuentra, por lo menos, tu reflejo en el agua. Porque me hiciste para vos y luego el abandono, la esquina de los vagabundos, de los muñecos rotos, de la mala negrura del mundo que todo lo traga, que todo lo cifra, que todo lo mata.







domingo, 2 de agosto de 2015

un fragmento de algo que empecé




Estaba solo. Bah, solo; habían pateado un hormiguero. Pero a él esa multitud lo resguardaba en un anonimato sólido y solitario. Así eran siempre las terminales de ómnibus; gente alocada de aquí para allá con sus valijas repletas de verano. Sin embargo, todo eso le resultaba una gran tranquilidad. En este tipo de sitios uno se hacía masa, uno se mezclaba con la multitud y no se sufría por un yo expuesto, escénico, trágico; aunque, sin embargo, en silencio, se pensara a sí mismo como sujeto capaz de distanciarse de ese bolo sin forma. Había entonces dos tipos de soledades. Había la soledad del desierto,  la del ermitaño, la soledad absoluta si se quiere. Había también la otra, la del hormiguero desbaratado en la cual uno era un puntito negro que se movía como todos los demás puntitos negros. Y Gabriel conocía bien los dos tipos: se acordaba ahora de la vez que su Renault doce lo había dejado plantado en una ruta camino a la Patagonia, en la banquina, en el medio de la puta nada; quizás por eso prefería las soledades del segundo tipo. Y así venía pensando con su bolso al hombro en la plataforma número cinco cuando el micro semicama de Plusmar hacía su arribo. Era enero, viajaba a Mar del Plata, salía de Retiro.

Una vez sentado del lado de la ventanilla verificó que no hubiese olvidado nada: tenía la cámara de fotos, la libreta de anotaciones, la pantalla solar y los remedios para toda la semana. Era importante haber traído también el libro que estaba leyendo de Saer –como para leer antes de dormir-, pero, como siempre es en todo viaje de vacaciones, algo debe quedar, algo se nos olvida, y es mejor que sea así, porque de hecho eso es garantía de que no estamos tan locos como creíamos,  de que las medicinas van haciendo su labor,  de que no somos unos perfectos neuróticos. Y Gabriel estaba bien al tanto de lo que un olvido significaba para su salud. Así que sonrío y se dejo arrastrar por la comodidad del asiento tapizado de azul. Buenos Aires era un horno. Mar del Plata prometía una mejor sensación térmica, aire de mar, y producción literaria si se lo proponía.

Para Gabriel había varias especies de personalidad, pero él agrupaba en tres grandes grupos a toda la gente. Por un lado, estaban los que podían, los que tenían la capacidad de resolver sus problemas con ingenio y gracia, y eran felices; por el otro lado, también, estaban los que eran más o menos idiotas para poder resolver ninguna de sus cuestiones, pero que también eran felices: no poseían consciencia de sus limitaciones y se dejaban ser a lo largo de toda su vida sin cuestionarse nada. Por último estaba el tercer grupo dentro del cuál él se incluía. Gabriel no era feliz, y tampoco era idiota. Concebía muy bien su idea de mundo y podía razonar toda su problemática angustia existencial; era, cómo decirlo, un ser pensante, consciente de su limitación, pero en el fondo triste a causa de no poder resolver nada. Y en esta cosa estaba lucubrando cuando el coche empezó a andar.

Miraba afuera la calle, el sol de tarde, el asfalto ardiente de enero




sábado, 1 de agosto de 2015

A un viejo amor colorado



A un viejo amor colorado


las palabras caen desde tu boca a la mía
y prefiero que este beso caliente cite la voz silenciosa
a que muera la verdad en una tumba sin piedra

tu revolución no me llamaba a mí
tu izquierda sudamericana me quitaba mi tranquila burguesía
pero tus ojos verdes, tu voz limpia, tu corazón libre
todo eso me conquistó como una sonrisa del Che

Y yo hostil siempre seguí la negativa con todos los peros
y en el fondo nunca tuve una idea heroína
nunca quise salirme del colchón

Pero hoy por hoy sigo queriendo aquel beso violento
revolución en mis tripas, puntapié al alma mía
que no es tu bandera sino tus ojos
pequeña y dulce subversiva




Otra vez



Preguntar; eso vendrá con el tiempo, después. Primariamente uno debiera despojarse (esto es un arduo trabajo de desprendimiento que me va a llevar años) de todo lo que tiene como cierto o conocido; dudar de manera categórica y hacerle caso a los propios ojos, a lo inmediato. Sí: olvidarse de Galileo, de Copérnico, de Darwin, ni siquiera –y mirá lo que te digo— habría que recordar a Freud o a Bill Gates; parase uno frente al mundo sin intermediarios, ni patrones, ni libros que lo expliquen todo. Estarse quieto mirando el horizonte durante una noche estrellada en la costa marina y empezar a pensar por qué. O sea, por qué todo esto, por qué yo acá frente a esa inmensidad galáctica, y por qué no otro, no otra cosa, o la nada misma. Contemplar por un tiempo el harto espectáculo y comenzarse a preguntar… otra vez.