Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

viernes, 23 de agosto de 2013

Zarpar sin cartografías




La relación fraterna con la literatura se la debo en parte a mi padre, pero no sería esto posible si no fuera por la biblioteca de su madre que, a pesar de su simple primaria escolar, pudo acceder a un abanico de obras literarias gracias a sus ansias de fantasía. Su legado fue importante para él y para mí, pero más allá de la tradición la lectura fue deviniendo distinta en cada quien. Mi padre no lee los mismos autores que mi abuela leyó ni yo leo los mismos que él. Sin embargo, la biblioteca es tan vasta que dio lugar para tres recorridos distintos. Con el tiempo se fue ampliando y puedo decir que es un santuario que respira novedad y tradición simultáneamente. Algunas veces, a pesar de nuestras diferentes elecciones, las rutas se entrecruzan en un libro y me doy cuenta que no somos tan distintos.
Mi primera tarea como lector no fue leer un libro, sino jugar a memorizar la imagen de cada lomo, tratar de encontrar su ubicación a ojos cerrados en la biblioteca, saber a qué autor pertenecía cada novela y a qué novela se le adjudicaba el correspondiente autor. Y ese juego lo hice en casa de mi abuela primero, y lo terminé haciendo en todos lados. Cada anaquel era una ocasión para jugar y así aprendí a tener una biblioteca mental sin haber leído absolutamente nada. Por eso sé de lo que he leído, pero también sé de lo que me falta y de lo que jamás alcanzaré a leer.
Hubo entonces un día que dejé de coquetear con la biblioteca para entrarme de lleno en ella. Me metí como quien busca una respuesta a una pregunta que no puede se respondida por el mundo de las cosas, tanteado libro a libro a través de una metodología caótica y azarosa. Y así fue como encontré que la ficción estaba plagada de realidad, que no se trataba de un mundo aparte, sino que ella me hablaba de este mundo de una manera estética y poderosamente movilizante, capaz de hacerme entrar en crisis. Como dice Juan José Saer: “Que el libro sea sustituido por otra cosa me parecería tan descabellado como hacer desaparecer las noches de verano, la amistad, el agua fresca, la música delicada de una frase, la belleza de un razonamiento exacto. Los libros contienen todo eso e incluso más: son todo eso. Es en ellos donde se teje y se desteje casi íntegramente la trama de nuestra vida”.
Una de las razones de haberme puesto a estudiar fue la consigna de darme un orden, de dejar de hacer apuestas a la aventura y darle estructura y forma a mi actividad. Situación menos inocente pero, a la vez, quizás, más dueña de un proyecto latente: entender, justamente, cuáles son los hilos que se tejen y traman entre esta vida ordinaria y aquellas posibilidades e imposibilidades de existencia que encuentro en los libros, aquellas rutas que cosen la realidad y la ficción en un mismo punto.
Leer, en mi caso, no tiene propósito de acumulación cultural a priori, no es salir a conquistar sueños y saberes para así demostrar a la gente que uno tiene condiciones, que uno tiene un capital intelectual. Es un error pensar que uno va a adueñarse de la cultura si lee más que otro; la cultura va más allá de las letras. Esa conquista, pienso yo, no tiene que ver con la literatura. El aprendizaje fue un resultado contingente y no la causa primera de mis búsquedas. Mis viajes han sido motivados por el libre azar y la ensoñación de la fantasía (pienso la fantasía como manera de agarrarme al mundo de una manera simbólica y no como un salto evasivo de él), por la curiosidad que se dejaba llevar hacia rutas desconocidas, cediendo así a que el viento soplara sobre mi vela y me llevara hacia un destino incalculable, lugar lejano de mí mismo. Es decir, que los libros me conquistaran a mí y no yo a ellos.
El resultado de este enamoramiento loco ha desafiado muchas veces mis seguridades, mis pensamientos, mis estructuras, ha cambiado mis maneras de ver las cosas y confieso que algunos autores socavaron los pilares que creía que levantaban mi personalidad. Lejos de verme destruido, cada crisis supo hacer de mí un hombre menos esclavo. No leo para saber más ni para evadirme, leo porque es una situación de libertad íntima que recrea mi subjetividad y la construye a través de ese encuentro inesperado, insospechado, esperando a la vuelta de la página.


lunes, 19 de agosto de 2013

El boxeador



Yo soy al fin. Ni los guantes de box, ni los puños extendidos hacia un rostro, ni un cuerpo bailando en el ring. Aprendí a moldear la cara ajena como si de un trabajo de arcilla se tratara. Cada puñetazo es, no un acto violento y nada más, sino una fuerza de arte. Y a medida que trabajo sobre aquel, cada vez más  me encuentro con mi  reflejo .

  

miércoles, 14 de agosto de 2013

Filosofía de un tiempo esférico



Al despertar, después de haberme echado hacia el abismo que el conducto isotémpico tiene al final del circuito, mi tiempo se había convertido en un arco iris de instancias y modos que terminaron estallando de manera equidistante sobre mi aguda percepción. Cuando hube salido de aquella máquina, toda mi propia historia se reescribía en un presente continuo. Cada situación recordada, cada imaginación futura, cada vivencia presente se exponían todas sobre un mismo momento, y ya no distinguí de ahí en más quién había sido, quien sería o quién era realmente. Toda mi vida estaba plasmada en simultáneo en alguna parte de mi lóbulo occipital.