Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

viernes, 14 de junio de 2013

Encuentro



Andar tranquilo por las calles de un sol de marzo, mirar el desierto en la ciudad de una mañana de domingo, escuchar el silencio, ese silencio lleno de música de pájaros, ese silencio que se agolpa en el pecho como un latir profundo, caminar sin prisa y sin miedo de nada, me resultó curioso ante semejantes circunstancias. Iba hacia la sombra, sabía que ella me esperaba a dos calles, frente a un almacén viejo y cerrado y, sin embargo, alguien que me mirase por fuera habría pensado que iba pausadamente a comprar el pan para el desayuno o la yerba para los mates tempraneros de un domingo que adivinaba el incipiente otoño. Sí, sencillamente iba en paz, como aquellos que viven en riesgo y, entonces, han olvidado ya el miedo que alguna vez les inició en el periplo aventurero. El miedo se  había trasformado en otra cosa para mí, jugando seguido al mismo número de lotería mi querida suerte. El temor de verme entre la sombra no era más que una de tantas aventuras, una de tantas hazañas. Iba con la convicción que nos batiríamos a duelo como dos caballeros de la antigüedad, que uno de los dos (ella o yo) quedaría fulminado para siempre, pero jamás imaginé que tal encuentro habría de causarme esta confusa existencia. Al llegar a la esquina ella me esperaba con una flor algo marchita y tanto me sedujo con su arte oscuro que perdí noción de la lucha a la cual había venido. Y entonces fue que me enamoré de la sombra, tanto que ya no sé ahora quien camina por estas calles, si soy yo o es ella o quizás un engendro amoroso de entre los dos. 





sábado, 8 de junio de 2013

Sala Paciencia



La mosca insiste sobre el vidrio de la ventana. Terca, golpea su cabecita llena de ojos; ojos que miran hacia el abismo de un cielo en un piso veinte. Juego con mis dedos a contar segundos. El tiempo que se espera es un vidrio sobre la mosca terca que insiste en obstaculizar su vuelo abismal. Mi turno era a las siete, y ya estamos pasados media hora. Mi nombre sigue en la lista, y yo acá, con dolor de muelas… Me pregunto por qué se les habrá ocurrido un consultorio en un piso tan alto, tan cerca de la estratosfera. El zumbido se confunde con mi dolor como si este hablara en lenguaje de mosca. Y el insecto sigue ahí, pateando contra el vidrio como quejándose de mi dolor de muelas. El tiempo de espera se hizo para manejar nuestra voluntad y conducta a favor de un orden, de una lista de gente que vino antes y que tuvo que esperar también. Siempre esperar, cola para esto, cola para aquello; y un día nos morimos y nuestro cadáver tendrá que esperar un rito solemne antes de ser por fin enterrado. Pateo el vidrio de la ventana tiempo y ella insiste en mantenerme ahí, en ese limbo que pasa y pasa, pero que a su vez, está muerto para mí. De alguna manera soy mosca contra un vidrio que mira al cielo, necio como terco, dándome golpes contra esa pared transparente que te deja ver pero no tocar.