Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

martes, 26 de agosto de 2014

No importa

No importa

No importa ser, el mundo es un desierto
No importa decir, la vida está llena de silencios
No importa amar, el odio nos gobierna
No importa el metal, jamás seremos ricos
No importa estar juntos, dormidos en camas separadas
No importa el mate, el café, la ginebra, el sol, la lluvia, Dios
Un día moriremos
Lo único, lo verdaderamente único, es verte cantar a pesar de todo.




domingo, 24 de agosto de 2014

La palabra



Si el impacto de luz que refleja la luna sanara mis manos sucias de tiempo y de odio, vería brotar de ellas las caricias más solícitas del mundo. Pero los años han quemado mis líneas en las palmas, el destino se ha borrado y fulminado y el amor se ha vencido ya como un café frío y sin espuma. No pretendo tu abrazo ahora, el cielo será testigo del barro y la sangre en mis uñas. Mas una palabra, una sola e ínfima palabra, dará a luz a un hijo. Razón y locura, llanto y sonrisa, lugar y desierto en mis olas perdidas.


martes, 12 de agosto de 2014

Vacaciones



La ventanilla me adivinaba; todo el viaje poblado de verdes desiertos se metía por mis ojos y encontraban allí, en algún lugar desconocido, la verdad de mi existencia.
El paisaje solía amontonarse de girasoles que inundaban de amarillo todo el vagón y algún cielo rojo pronto a anochecer me traía también la calma. La vida empezaba a sentirse como parte del verano, de mis quince días libres, del momento en que el viento me despeinaba y hacía entrecerrar mis párpados. El mar casi traía la sal hasta mis pies y Buenos Aires quedaba metido en el último cajón de un escritorio sin nombre.

  

domingo, 10 de agosto de 2014

Amada soledad




Por las rendijas, por esos haces que el amanecer se permite osado y tímido entrometerse en el sueño e ir de a poco vertiendo conciencia y vigilia a un domingo prometedor y soleado, por esos pequeños huecos de celosía empezaba a darme cuenta que Irene ya era historia y que tal historia sería en tanto y en cuanto mi memoria me dejara sostener sus ojos verdes y el gesto casi permanente de su ceño fruncido; la noche había hecho las veces de adiós, de convalecencia y de sanidad.

Al principio, una modorra de voltear a la izquierda o a la derecha de la cama pasando la mirada por las manchas ocres de humedad del cielorraso y las formas de los muebles que adivinaba en la semipenumbra me indujo a retrasar la decisión de poner los pies sobre las baldosas frías y empezar a salir de esa confusión entre cuerpo y frazada. Sin embargo, una vez convencido de empezar mi domingo, tan rápido y feliz fue el movimiento que casi no sentí la temperatura de las baldosas en las plantas, ni el crepitar instantáneo de la ducha contra la superficie azulejada, ni tampoco el agua caliente rebotando en mi cabeza y resbalando casi al mismo tiempo por toda mi extensión.

Empecé a percibir el mundo recién finalizado el baño, cuando tomé la toalla y refregué mi cabeza empapada. Entonces sonreí. Me sentí libre de Irene, de todas las Irenes y un poco libre de mí mismo, de mi antiguo yo y su horrible apatía.

 Todavía no se habían escuchado las campanas cuando ya vestido y calzando los nuevos zapatos me dispuse a salir a la calle y andar desprovisto de plan, esperando que el viento más temprano que las nueve me devolviera toda mi libertad y mi despreocupación por las cosas que me habían hecho daño. “Es necesario romper, dejarse llevar por la negativa de un nuevo solitario y sin proyecto alguno lanzarse a la calle y dejarse ser gente dominguera que madruga sin razón. Es saludable y justo cruzar a la plaza, sentarse en el primer banco con sol y volver a decirse que no importa ya nada por un rato, que se es uno y que la vida es uno y nada más” Mis repetidos pensamientos se construían y se prolongaban en ese sentido y su clara conclusión me hizo decir en voz alta, casi gritando: “Soy yo”. 

Caminé, anduve durante dos horas. Paseé por el bulevar de la avenida Belgrano, transité por la zona de negocios de persianas todavía bajas, recorrí hacia abajo la calle más bonita, escuché las campanas de la misa, ya lejos, cuando llegué a la costanera y me dispuse a tomar sol en la pequeña playita desierta. Mientras veía las gaviotas sobrevolar mi cercanía  traté de concentrar mi atención sobre la línea del horizonte. El día, aunque el leve frío en las manos y el abrigo que llevaba denotaban el invierno, se prestaba tan ideal que la realidad se hacía un poco incierta. Todavía no había llegado septiembre pero algunas flores en los balcones se me habían servido a los ojos durante mi descenso a la costa.

Entonces, concentrado como estaba en esa línea horizontal compuesta de agua o de cielo, o de un poco y un poco, me fui despidiendo también de sus ojos verdes, de su ceño fruncido, de tantas  otras cosas que todavía me eran presentes en algún rincón de mi cerebro, detrás de mis ojos, donde se acumula la historia vivida y la imaginación. Y de pronto, al alzar la vista un poco hacia las escasas nubes incapaces de tolerar y resistir una sola forma, me vi reflejado en mi propia conciencia habiendo así desplazado toda imagen, toda forma corporal y conceptual que tenía de Irene hasta el momento.


miércoles, 6 de agosto de 2014

Doblegado



Si mi existencia depende de Dios, el Azar o el Destino que forjó un oráculo perdido en la montaña, no lo sé. De lo que estoy seguro es que lo que la vida tiene de luz también tiene de incomprensible paradoja y oscuridad. ¡Cuántas historias se hicieron de la mano de sinrazones!, y ¿por qué soy yo y no es Fulano de Tal quien tenga que andar por estas calles tratando de entender los porqués de todo esto? Podría pensar, imaginar, hipotetizar, pero no, aunque esta vez, por alguna desnaturalización del mundo, sí…

Sería absurdo aunque no imposible, al menos por un rato,  creer que otro distinto de mí esté rondando en el reverso de las cosas haciendo lo mismo que yo en este lugar del planeta. Sin embargo, a veces, por infortunio de astros que se chocan, la gente tiene un mellizo existencial, un ser sin hermandad ni sangre común alguna pero que lleva en su impostura la vida de uno repetidas veces hasta el infinito.

Nadie sabrá decirme por qué hoy, justo hoy, me vino a tocar en suerte encontrarme con él. Sí, él, mi otro. Estaba mirando a través de la vidriera de una librería el mismo libro que busco comprar hace un mes. Es él. La misa cara, la misma manera de caminar, el mismo sombrero que a veces uso. Y  sé por qué (un indicio de sobreexistencia me pide desde el fondo de mi voluntad que lo explique) necesito que uno de los dos desaparezca.

La dualidad es parecida a la nada. Ser dos veces lo mismo puede resultar un producto resbalizo, una ecuación donde el debe y el haber, el numerador y el denominador se neutralizan recíprocamente. Ni siquiera queda un valor negativo. Neutralizamos todo. La existencia duplicada resulta por ello un principio de la indiferencia más absoluta. Por eso, antes que dos, antes que nada, es mejor que uno sea uno y no un doble desenfrenado que se repite infinitas veces.

Por todo ello, uno de los dos tiene que desaparecer...