Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

sábado, 25 de abril de 2015

Papá



Papá



Nace. El vacío infinito deja una porción de la nada en pos de sí para ubicar entre mis manos una vida pequeña. Y soy una especie de refugio de piel y carne templada que viene  a cobijarlo. Lo nombro como si fuera mío, como si yo fuera un verdadero padre para él, como si olvidara que es del mundo y de la vida en realidad, de la patria de un cielo y una tierra para él y no para mí. Lo vuelvo a nombrar, le digo Pablo, Pablito, y parece ser que su corazón pica más fuerte al mirarle los ojos y el llanto. La madre, la pulsión que lo ha expuesto y le ha dado identidad con trabajo de parto, sonríe con lágrimas celestes mientras mis manos temblorosas de novedad se lo entregan a su pecho. 


   

viernes, 24 de abril de 2015

Sonrisas blancas



Necesito decir, necesito romper, me es menester abrir la boca y aclamar con grito furioso, aunque afónico y sin voz, que el tiempo llorado, que las lágrimas grises y sucias, que la locura quizás, son más carne, más leales a la verdad, más todo, que una sonrisa blanca, sin memoria y sin nombre. Ya no puedo confiar en un vendedor de castillos felices, ni en la cultura barata del como si la felicidad se comprara y se vendiera igual que un bien o servicio en un puesto de revistas o en un aviso en la ruta.


martes, 21 de abril de 2015

El precio



El precio


El mundo se ha confabulado contra lo áspero, contra lo irregular, contra los baches de esta nuestra calle. Y es muy costoso buscar una lámina perfecta, un edificio vidriado como un cielo aparte. Entonces cada contraste, cada migaja tirada al suelo, cada vaso que se rompe, es un sinónimo de podredumbre, y de vicio; las gaviotas ya no cantan; es el gallo de las cinco cacareando para nosotros. Vamos buscando un deseo de un vecino imaginario, y corremos durante todo el trayecto queriendo ese sueño, pero seguimos rompiendo cristales, hiriéndonos el costado y sangrándonos con clavos cada libertad.


Si se  pensara el cielo azul, las divinidades, las cosas, el tiempo, como un domingo a la tarde o una garrafa que se acaba; si se pensara que el amor es también ese sitio donde las flores se abren un día y se cierran el otro, sin una razón trascendental o inmanente que la depure de las esquinas y los zócalos sucios de tierra; si se contara con que las ideas cada vez más lejanas y limpias como un círculo eclipsan la luna terrón de las verdades que realmente queremos y apagan las estrellas sensibles de los dioses cojos, entonces quizás, nosotros, nuestra vida, la vida humana en general, sería, y sería todo esto, una cuestión menos suicida.


sábado, 18 de abril de 2015

Miedo al coco



 Miedo al coco

Bs As, 14 de abril de 2015

Estimado Sr Gutiérrez:

Le pido antes que nada, señor Gutiérrez, mil disculpas por molestarlo con una carta. No me atrevo de otro modo a contar lo que me pasa. Y sé que usted es un psicólogo comprensible, que va a entenderme perfectamente.

Por recomendación de un amigo llego a usted. Quizás algo tarde, pero no quiero dejar pasar este asunto más de la cuenta. Me presento. Soy un hombre en mis cuarenta años. Un tipo razonable, inteligente, prometedor. Si le pregunta a mis amigos ellos sabrán contarle cómo llevo mi vida. Verá que hasta ahora he sido un señor exitoso en cada una de mis empresas, maduro en cada compromiso que he llevado a cabo, sólido en cada proyecto y perspectiva. Desde muy joven afronté los avatares y vicisitudes con destreza; le demostré a mi familia que podía sobrellevar la carga de las responsabilidades más demandantes; y así fue como conseguí el amor de Clementina, mi actual mujer; así fue también como tuve mi primer hijo, y mi segundo. Soy además una persona culta. Como verá, además de todas mis seguridades, tengo mi título de Licenciado en Economía, mi master en Marketing y algunos otros postgrados que evito mencionar para no aburrir. En definitiva, soy un hombre hecho y derecho. Eso es lo que quiero que quede claro.

                Usted podrá apreciar todo esto y mucho más cuando me conozca personalmente. Pero le pido que me tenga paciencia con esta carta y me la lea antes de acordar una cita. Y disculpe que lo entretenga un poco con mi historia personal, pero es que ahí radica el quid de mi problema. Me voy a remontar a mi niñez.

Cuando era niño, allá en mi pueblo natal, mi queridísima abuela que en paz descanse, me contó una vuelta antes de dormir la historia del coco. Una terrible historia que no voy a narrarla ahora por cuestiones emocionalmente comprometedoras que no quiero revolver. Pero fíjese usted. A pesar de mi trayecto como persona y profesional, como amante de la ciencia y la razón, aún hoy, jamás pude despegarme del miedo al coco. Y tengo problemas serios de noche. No puedo dormir bien, y si lo hago tengo que llevar la lámpara del velador encendida siempre. Si alguna vez mi mujer me apaga la lámpara, corro riesgo de mojar la cama entera. ¿Ve? No resuelvo el miedo hasta ahora. Mi mujer es una santa y cuando suceden estas cosas no dice absolutamente nada. Me ayuda con el colchón a la mañana y lo secamos al sol. Esto lo termino resolviendo puertas adentro, pero no consigo quitar el problema de raíz.

Como verá señor Gutiérrez, usted sabrá comprender, mi mujer y yo arreglamos las cosas en la intimidad y no hay miedo al coco mientras duerma con la luz prendida. Pero lo que no llego a comprender es por qué un hombre como yo, tan racional, triunfador en muchas cosas de la vida, tenga que tenerle todavía miedo al coco.

Espero que me encuentre una respuesta; no ya a mi problema con el coco, que lo tengo muy asumido, sino la contradicción, y espero no le aburra mi carta, de por qué un tipo como yo tiene, aun exitoso y maduro, un miedo tan infantil.

Lo saluda cordialmente, su próximo paciente.


                                                                                                               Dr Carlos Hernán López Camelo  



jueves, 2 de abril de 2015

Nos vamos poniendo cambios



Nos vamos poniendo cambios


Ya se ha visto que el tiempo está determinado por el acontecer, es decir, por la sucesión de hechos que se presentan uno tras otro evidenciando de esta manera el cambio. El tiempo (y la historia), ya se ha visto, no se rige por sí mismo, sino que depende del cambio. Si no hay cambio, es decir, sucesión de un hecho después de otro, o transformación y metamorfosis de la estructura, no hay ningún tiempo. Ya se ha visto, siempre se ha visto, que la historia es el tramo pasado de cambios y no de tiempos porque el tiempo, y es sabido, resulta ser una convención humana de lo que realmente ocurre: el cambio. El ser humano le encajó al cambio una línea temporal, segundos, minutos, horas, días, calendarios e historia. Ya se ha visto.




Devolveme la pelota



Devolveme la pelota


Había llegado septiembre, en todas las macetas. En casa, el patio se desparramaba en flores. Mamá se afanaba en la tarea de regarlas todas día  por medio. Nosotros, afuera, con la pelota. Incluso Soledad se sumaba al fútbol, con una muñeca en su mano izquierda. El barrio era tranquilo, parecía una laguna de calmado: calle de tierra, casas quintas con sus jardines invisibles, al resguardo del polvo y las miradas, separados con altas ligustrinas.

Había dos tipos de vecinos. Los que te atendían el timbre, y los de los ladridos de perros grandes. Uno de esos días a Pancho se le escapó la pelota, de un puntazo, a la casa de los Juárez, al jardín que aún tienen, entre rejas y paredones. Nosotros dimos el juego y el juguete por perdido. Era imposible dar otra vez con la pelota. Encima las cámaras de la esquina de la casa nos vigilaban. Pero Pancho no era cobarde, y tuvo que meter la pata hasta el fondo. Cuando nos descuidamos, el muchachito de rodillas sucias y menos de un metro de estatura, ya estaba subido al paredón norte, saltando el muro para ir atrás de la pelota de cuero.

Y para qué. Salieron los perros del Juárez a correrlo con dientes de tigre. Rezábamos en todos los idiomas para que Panchito volviera sano y con la pelota a cuestas. De pronto, pararon de ladrar, y no sabíamos nosotros si era porque a Pancho se lo habían comido o por qué. Al rato apareció por la puerta con Don Juárez que había dejado su siesta a causa de los ladridos. Fue entonces cuando nos insultó a todos. Nosotros esperábamos más que nos devolviera a Panchito que a la pelota. Por suerte, así fue. Lo que no pudimos tener de vuelta fue el fútbol por unos meses.

En casa, después, a la noche, Pancho le regaló una rosa a mamá. Ella muy contenta le preguntó de dónde la había sacado. Él  se quedó en silencio.