Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

martes, 30 de agosto de 2016

Cuento "El Cielo"




El Cielo

1-

El boliche tenía las luces rojas y azules bien puestas, así, girando, dándole vueltas a la noche tropical del barrio. Era julio y hacía un tornillo que para qué te cuento. Pero la gente había salido y venido, como de costumbre, ese sábado como tantos, esa noche como tantas, a sacudir las cachas y encontrar, tal vez, la borrachera o el amor. Sonaban al taco Los chacales y La Nueva Luna, pero también se mechaba de tanto en tanto el cuarteto cordobés con La Mona a todo trapo.

La muchachada había entrado por la puerta derecha, haciendo la fila desde temprano para conseguir descuento. Algunos ya tenían pase porque el patova los conocía de otro lado y estaba todo arreglado. Las minas y las parejas entraban más tarde por la otra puerta. Había cada piba, cada cuerpito, cada ángel. El boliche tenía fama por el tipo de concurrencia: chicas bien armaditas, pero también dadas; había chamuyo; uno tenía chance.

Miguel tuvo que pagar la entrada sin descuento. Sus compinches ya estaban adentro cuando él llegó, después de la una. Al pasar la puerta, al correr la cortina negra que lo separaba del Cielo, la música lo tragó por completo y el humo del tabaco lo invitó a prenderse uno.

Hasta que se acomodó a la escasa luz interior se quedó a un costado, contra una columna, fumando traqui y pispeando a las minas. Después fue a la barra como para entonarse un poco. Tuvo que hacer otra cola, igual que había hecho afuera, y al llegar a la caja pagó un trago de tequila. Tomó con gusto y después se puso a buscar entre la multitud y la semioscuridad la presencia de sus amigos.

Los vio. Les alzó el pulgar. Vino a meterse en la ronda. Dos ya estaban chapando. El resto, ahí, formando el círculo humano. Todos movían al menos los pies en señal de baile. Alguno menos tímido bamboleaba la cabeza un poco y hacía saltar un tanto sus hombros.


2-

La morocha estaba re buena. Venía vestida de azul o negro. Vaya a saber el color. Se notaba que estaba teñida de colorada, aunque todos sabían que era bien morochona hasta la punta de los pies.  Y Miguel la miró, y los otros también. Pero Miguel ya la había querido para él y su primera mirada fue suficiente para que todos lo entendieran.


Había venido al barrio hace poco. Se instaló  a la vuelta de la casa de uno de los pibes. Pero nadie se había animado a preguntarle nada hasta que apareció en el Cielo. Miguel ya envalentonado, después del tequila, se encargó de romper el hielo y se acercó hasta sus ojos para saludarla, darle la bienvenida y preguntarle su nombre.

“Soy Daniela.”

Su voz terminó de dejar tontito enamorado, y se le puso a chamuyar como hacía rato.

Daniela no paraba de mover sus manos de acá para allá. Parecía un hada. Su cuerpo no podía estarse quieto; la música la llevaba, le movía los pies y las manos. Sin embargo, sus ojos, de un brillo tremendo, se fijaron en Miguel; eran lo único que tenía quieto. Miguel, el chango Miguel, no podía creer tan lindos ojos.

Le contó que se llamaba Miguel, que trabajaba en el taller de su tío, que vivía como a unas seis o siete cuadras del Cielo, que sus amigotes lo celaban en todo, pero que era una envidia sana, de admiración como se dice. Y lo mejor de todo: él era muy buena gente, porque tenía códigos. Para él, un tipo sin códigos era una basura de tipo. Y ella le sonreía y le hablaba de su mamá, de su hermano mayor que estaba preso en el penal de Ezeiza, de su papá, Carlos Rey, ya muerto de cólera, de que se habían mudado por estos lados por trabajo, que ella siempre tenía un ángel aparte, que quería estudiar después de terminar la nocturna, que se tenía toda la fe.

Y así empezaron a conocerse. El Chango Miguel le hablaba despacio y fuerte a la vez, modulando cada sílaba y tratando de hacerse entender entre el tumulto y el bullicio y la música alta. Prendió su segundo cigarrillo de la noche y el convidó otro a Daniela, quien aceptó gustosa de haber encontrado a un sujeto tan amable. Se contaron muchas cosas. Y los dos casi sin querer despertaron de un sueño extraño con los labios juntos.


3-

 Hasta que se pudrió; hasta que dos boludos se empezaron a agarrar a trompadas porque seguro que estaban bien en pedo. Se ve que venían ya medio mamados desde la casa y ahora se peleaban por alguna minita o vaya uno a saber: la borrachera no da buenas razones. Entonces se metió Miguel para separarlos y… para qué. Pum, le dieron un puntazo en la panza.

La sangre empezó a correr en el piso de la pista de la bailanta. Daniela trataba de hacer algo con sus manos, como si pudiera hacer algún conjuro de magia blanca.

Tuvo que venir el Same, y la policía.

Miguel, el chango Miguel, sobrevivió. De pura suerte. Los amigos lo acompañaron cuando fue lo del hospital. Creían que se iba a morir por toda la sangre que le salió de adentro. Pero zafó, zafó el muy suertudo. Cuando Miguel se enteró que Daniela estaba en el hospital la herida sola se empezó a sanar. Entonces, fue ahí cuando el chango creyó: “Me tocó en suerte un angelito”. Y ya no sabía si estaba en el hospital, en la calle o en El Cielo.




Remedio para los que no se quieren tanto





Remedio para los que no se quieren tanto

Querete
Siempre querete
Aunque el mundo te hunda en un qué
Querete siempre querete

Querete.
Hacé que el mundo se calle la boca
cuando de quererte se traten tus cosas
Y más y más y más querete

Si yo que soy un pozo
me atrevo a quererte así
cómo vos no vas a quererte tanto
sobre la aspereza y lo oscuro
sobre el odio refulgente
sobre el mundo cruel y saña

Querete siempre querete
Aunque el mundo te hunda en un qué.



viernes, 26 de agosto de 2016

A mí nadie me dijo que




A mí nadie me dijo que 

A mí nadie me dijo cómo ser con el mundo. A mí nadie me contó un qué un por qué un cómo. Vine a nacer en esta tierra llana y hermosa, pampa verde y húmeda de sol, expulsado desde el fondo de mi madre hacia la luz por ese hueco suyo, puerta de mundo, rostro de cielo. Y aquí estoy, de pie, hablándote  a vos, con el corazón en las manos. Para que me digas qué es esto que habito con mis treinta y cinco años. Todavía no lo entiendo. Mundo loco, mundo loco. Y sin embargo lo quiero y lo busco en cada esquina y ochava, en cada bar con ginebra, en cada café en jarrito, en cada tirabuzón. ¿Dónde está el sentido, el por qué y el para? Arriba de los cielorrasos busco tu nombre perpetuo. ¿Será el amor? ¿Será ese nombre tuyo de luz incandescente? Sigo buscándote, y busco hasta debajo de mí, sobre mi sombra.


miércoles, 24 de agosto de 2016

Todo




Todo

Primero no había nada, o quizás era solamente un arrebato de azar indefinido sin forma, sin lugar, sin tiempo. Sin orden ni galaxia. Después, desde lo indiferenciado, emergió - como lo pueden hacer los cotiledones, las yemas, las flores - una pequeñísima naturaleza condensada que al chocar con el vacío (pared oscura sin historia) eclosionó en cosmos. Las estrellas empezaron a brillar aquí y allá y la luz de las múltiples cosas vino a poblar este sitio para transformar aquel pozo en pura existencia. Y así sucesivamente vinieron todos los ecos de las cosas, cada cuerpo, cada soy, cada perro, cada luna. También empezaron a nacer las mujeres, y los hijos de esas mujeres, y los hombres y los hijos de sus padres. Y así y así y así, todo.



Realidades sueño



Realidades sueño

Hay días en que los sueños se hacen realidad; pero, también, y a la inversa, hay días en que la realidad se hace un sueño.
Lo propio y más común es que suceda el sueño por un lado, y la vigilia o el cotidiano por el otro. Lo casi siempre es el sueño (¡porque sueños sueños son!); y, por el otro lado, la astuta vigilia sin sueño. Que los sueños se hagan realidad ya es un paso extraño a lo de siempre; pero, como se puede ir vislumbrando, que la realidad se transforme en sueño ya es un hecho al costado de las cosas, un lugar poco frecuentado por los caminantes de la vida, una actitud considerablemente marginal o suplementaria (¿suplementaria?) a los fenómenos más ocurrentes que se pueden observar.
¿Qué significa para nosotros la realidad hecha un sueño? Es simplemente (y no por eso tiene menos complejidad) que el mundo es transformado a la medida y al parámetro de nuestros sueños.
Es muy normal decir y pensar: “tuve un sueño y se me hizo realidad”. Pero, al revés, y de manera mucho más dificultosa, imprecisa y extraña, expresar “una realidad se me hizo un sueño” resulta notoriamente un enunciado atípico, anómalo, casi casi una locura. Pero puede y debe suceder.
Si tu realidad nunca fuera un sueño, si tu realidad nunca fuera una canción, ¿qué sería la maza sin cantera?



martes, 23 de agosto de 2016

Amiga



Amiga

La amistad se tiene de pie; como lo pueden hacer los soldados de lata, la amistad se pone de pie. Y son los días y las noches sucesivas por cuando las almas se estiran hasta tomarse las manos. Así será, codo por codo, sonrisa a sonrisa, mi amiga paloma mi clara heroína. Vendrá marchando con bandera al hombro, para salvarme de caer solo en las trincheras. Será ella el soldado y el capitán; yo su simple trovador, refugiándome en su mirada y sus manos de lucha. La guerra caerá deprisa, con bombas y estrepitosos tumultos de fuego. Mas yo seré salvado por la abanderada de las manos juntas, arriba de los pozos y las trincheras. Cantaré los himnos a la sagrada amistad que combate conmigo codo a codo, sonrisa por sonrisa, a la luz de la luna llena. Y vendrán mis fantasmas y sus enemigos a querer quitarnos el querer. Pero nunca seremos tan fuertes como ahora, con la sangre caliente y las venas llenas de sol.

Una rosa para mamá



Una rosa para mamá


Había llegado septiembre, en todas las macetas. En casa, el patio se desparramaba en flores. Mamá se afanaba en la tarea de regarlas todas día  por medio. Nosotros, afuera, con la pelota. Incluso Soledad se sumaba al fútbol, con una muñeca en su mano izquierda. El barrio era tranquilo: calle de tierra, casas quintas con sus jardines invisibles, al resguardo del polvo y las miradas, separados por altas ligustrinas.

Había dos tipos de vecinos. Los que te atendían el timbre, y los de los que tenían perros grandes. Uno de esos días a Pancho se le escapó la pelota de un puntazo a la casa de los Juárez, al jardín que aún tienen, entre rejas y paredones. Nosotros dimos el juego y el juguete por perdido. Era imposible dar otra vez con la pelota. Encima las cámaras de la esquina de la casa nos vigilaban. Pero Pancho no era cobarde, y tuvo que meter la pata hasta el fondo; cuando nos descuidamos, el muchachito de rodillas sucias y menos de un metro de estatura, ya estaba subido al paredón norte, saltando el muro para ir atrás de la pelota de cuero.

Y para qué. Salieron los perros del Juárez a correrlo con dientes de tigre. Rezábamos en todos los idiomas para que Panchito volviera sano y con la pelota a cuestas. De pronto, pararon de ladrar, y no sabíamos nosotros si era porque a Pancho se lo habían comido o por qué. Al rato apareció por la puerta con Don Juárez, que había dejado su siesta a causa de los ladridos. Fue entonces cuando nos insultó a todos. Nosotros esperábamos que nos devolviera a Panchito, más que a la pelota. Por suerte, así fue. Lo que no pudimos tener de vuelta fue el fútbol por unos meses. Pero no nos quedaríamos así con las manos sucias y vacías.


En casa, después, a la noche, Pancho le regaló una rosa a mamá. Ella muy contenta le preguntó de dónde la había sacado. Él se quedó en silencio y me sonrío de manera cómplice. Algo faltaba en el jardín de los Juárez.  


lunes, 22 de agosto de 2016

Diablos



Pequeños diablos

Yo vi cuando los ángeles caían.
Vi veinte demonios expulsados.
El exilio de los ángeles rebeldes convocados
por las baldosas y los adoquines.

Tiran piedras;
ni hace falta decirlo.
Son como huérfanos de cielo,
más por libres que por pecados,
más por sueños que por delitos,
más por amor que por haber sido lujuriosos.

Y vienen hacia aquí marchando cojos,
heridos de un mundo y alquitrán,
cemento y hormigón entre sus manos
y alas rotas de haber perdido vuelo.

Por ser libres a un dios y juez
que ya no permite dejarlos ciegos.



domingo, 14 de agosto de 2016

Alma




Alma


El alma es el dolor del cuerpo cuyos límites trascienden las yemas dactilares, es aquella sustancia súbita que aparece entre el corazón y los riñones pero que no tiene lugar común donde ser ubicada, ni anatomía que regule su propio síntoma. El alma es el dolor del cuerpo que te hace presidiario de pasiones y tormentos, que por estar un tanto fuera de alcance de sus contemporáneos sentimientos (como el amor o la nostalgia) se remite a hacernos amantes de idilios y placeres sin cuerpo, persiguiendo así entre cañaverales de dolor un cielo color de rosa, pasiones furtivas que no tienen sexo (como el Arcángel) y , si dios lo permite, el fuego de los dioses que un tal Prometeo vino a buscar.




Payaso triste



Payaso triste

Si el amor es el comienzo de una historia, el rechazo será entonces su cruel aborto, la imposibilidad aniquiladora de esa vida que podría ser y no deviene.
Te conocí como una chica de de pechos de miel, después supe que eras la más buena de todas las mujeres, incluso más buena que la santidad. El tiempo, lugar común que jamás podré saber decir entre las sílabas del lenguaje, me puso ante el cadalso de mi derrota, de mi resignación, de mi puro acontecer hacia lo trágico que no por tal me impide seguir viviendo. Y es el rechazo la condición natural y más común de todas humanas expresiones. Si hasta los más han sido condenados a lo menos por el puro azar que el amor no depara. Hoy yo visto mi ridiculez, mi patología, mi insignificancia. Si alguna vez me hermané con el payaso triste, fue por querer quererte más de la cuenta, por haberte soñado en lugar de haberte tocado algo. Ahora mis manos están atadas y mi corazón late como un desperdicio entre una multitud de besos que reinan en la ciudad de Buenos Aires. Si Dios existiera en algún rincón, en algún sótano invisible, en alguna playa desierta, le diría que ya he vendido mi alma por unos pocos porotos de tu amor, que ya no vale la pena seguir insistiendo, que ya todo se acabó.



lunes, 8 de agosto de 2016

Camino ergo sum




Camino ergo sum

Ahora que pienso con los pies más que con la cabeza; ahora que entiendo al pensamiento como una historia de andar y andar entre la selva repleta de enunciados; ahora que sé que el habla no es un instrumento de comunicación, sino que es el mismo pensar con los pies y con las manos, el mismo pensar aguerrido entre la selva; ahora que vislumbro el odio del mundo; ahora les digo: no se abandonen ni piensen en contra de ustedes; por el contrario, busquen la génesis institucional que les hizo creer que eran pobres y tontos, que eran incapaces, lejos de toda oportunidad. Hay una verdad que les pertenece, y esa verdad se camina, se transita a machetazos por la selva de enunciados. No sé si existirá la paz; yo conozco más el amor aguerrido; y ese amor lucha con machete por la selva de significados. No se permitirá a él mismo dejar tirado otro amor a la buena de dios.



jueves, 4 de agosto de 2016

El ciego



El ciego

Veo la oscuridad como un acto lúdico y redondo de tantear paso a paso el mobiliario y la vajilla; de cruzar las calles con cierta pulsión y vértigo; de ponerme los calzoncillos y los zapatos de la misma manera que podría resolver una ecuación aritmética, un crucigrama de contratapa, el verso último de un tango cuyas notas sean sol, si, do y fa. Al piano lo celebro los domingos; me siento a eso de las diez, después de haberme bañado, y toco un Vivaldi. Puedo. Así que no se piense que mi ceguera me disminuye algo, que me toca en pena la minusvalía. Aprendí desde niño a hacerme cargo de mi condición y a poder ser comprensivo de todo aquello de lo cual no puedo decir mucho. Sé que existe un mundo de colores y brillos y que jamás podré saber de qué se tratan. Pero también estoy al tanto de todo lo que a mí me corresponde o me convoca: la música, el sonido de los pájaros, la textura de la cáscara del huevo o de la naranja. Mi limitación —lejos de ser un obstáculo— se ha trasformado en desafío. Y así es como me hice ducho en tantas mañas. ¡Si hasta sé discernir el alma de los hombres por su voz y su perorata!; me doy cuenta hasta si tienen dinero en los bolsillos, o vienen desencajados por la malaria. El día lo entiendo por la espesura radiante, la que el sol deja sobre mi cara después de haber estado horas en el banco de una plaza; así también, por los ruidos que la multitud y sus motores derraman alrededor de mis oídos. La noche, en cambio, la conozco más por ser mi hermana. Porque me iguala ante todos como el sueño o la muerte. ¡Ah!, la oscuridad. Esa manera de ser de las cosas que nos obliga a quererlas y a pasarle las manos toda vez, como haciendo con ellas un acto de amor, una solemnidad, un reconocimiento del ser como nuevo, como recién venido al mundo.