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Aquí la tierra se funde con mis manos

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Inóculos de ideología



Hay lugares y circunstancias donde y cuando la mente, inevitablemente, se pone a discurrir en razonamientos y a evocar recuerdos. Lugares y circunstancias, digo, que hacen al ser humano, a cualquier ser humano, caer gravitatoriamente en recuerdos y razonamientos. Por ejemplo, cuando se es pasajero de  colectivo o de tren. Situación que obliga a no hacer nada más que esperar y mirar por la ventanilla. Situación que le otorga a uno esa disponibilidad amable para irse por las ramas y vagar de recuerdo en recuerdo, de razón en razón, si no se tiene teléfono celular o un libro en la mano. La obstinación de un tiempo muerto, que es el tiempo de espera, que es el tiempo de viaje, se presenta, sin embargo, como inóculo de una riqueza mental que antecede a la conformación o, en varias ocasiones, al cambio de la cosmovisión subjetiva y, más tarde, de la propia conducta. Un recuerdo, o la sucesión de varios recuerdos de manera caótica, no es otra cosa que una construcción subjetiva de la propia historia que será sucedida por un orden posterior y objetivo por parte del mismo sujeto y, luego de un determinado tiempo, será también, a fuerza de experiencia y de reiterados viajes de aquí para allá o de allá para aquí, inóculo de una ideología de la cual no puede escaparse. Equivocado o no, todo esto es producto de un viaje, de una espera que debo cumplir para llegar a Cabildo y Juramento, arriba de un colectivo de la línea sesenta, y sorprendentemente, inóculo de futuras disquisiciones.   


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