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Aquí la tierra se funde con mis manos

sábado, 7 de junio de 2014

Insomnio



El tiempo deviene pesado, lentamente. Y, aunque los párpados de su cara le pesen, poder-dormir no ha asomado hasta ahora a pesar de las distintas formas y modos horizontales que adoptó en el transcurso de su intento. Pero se ha erguido, se ha vuelto hacia el comedor, ha decidido no forzar el sueño para que el sueño lo fuerce a él, súbitamente, si es probable o posible, luego, a irse, como llevado por un imperioso cansancio, a la cama nuevamente.
La lámpara derrama su volumen cónico de luz sobre las superficies que se interponen entre el fenómeno electromagnético y las pequeñas sombras de los objetos que aparecen de pronto, luego de que su dedo haya presionado la tecla correspondiente. Mira hacia la ventana, pero la opacidad después del vidrio le devuelve pura sombra y, si se detiene un poco, ve apenas un reflejo de sí, de su cara mal dormida y de la heladera, al fondo.
De todas las sombras habidas y por haber, la noche se presenta como madre e institución, como principio opuesto de toda luz, como tiniebla compacta y aparentemente interminable que derrama, también, su volumen, infinito en este caso, sin luna y sin estrellas. Madrugada y ceguera imperial. Y él allí, bajo el artificio eléctrico que contrasta pero no equipara la oscuridad de lo invisible, se inclina sobre la idea de dormir, sin por ello acercarse.
Cree que debería no ir a trabajar en la mañana y derrumbarse en el lecho en cuanto salga el sol. Pero se trata de un lunes de muchas responsabilidades, de una pila así de papeles para solucionar, de dos reuniones, entre las diez y las doce y entre las quince y las dieciséis.
Primero la luz tenue y difusa, luego el sol asomando por algún horizonte invisible, después el mismo sol ya despegado de la tierra, empezando su rutinario recorrido de invierno, le arremete con toda furia un sueño insoportable. Sin embargo, el lunes se presenta y él, también, en la oficina, heroicamente.

Los papeles empiezan a mezclarse, el calendario se da vuelta, los párpados pesan más que nunca, se acuerda de su novia, pero vestida de diablo y comiendo una sandía en pleno junio, ve cosas imposibles, las caras se desdibujan, ya no sabe por qué  el balance del año pasado está publicado en un aviso clasificado del diario ni por qué se tiñe de color café. De pronto, un grito. Alguien le está gritando. No sabe quién, pero reconoce la voz de su jefe. De todos modos no le importa. 


2 comentarios:

  1. Muy bueno, nos ha pasado a todos; seguramente, todos hemos ido a trabajar después de una noche de insomnio o de una de juerga... sobre todo esta última, creo, o al menos a mí me dio resultado, es el antídoto perfecto para no despertarnos convertidos en insecto. ¡Saludos!

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    1. Otra vez, muchas gracias por pasarte. Es un gusto empezar a contactarme con gente que también escribe.

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