Transitar la madrugada, depositar el tiempo que hubo
de ser nulo bajo la institución de una almohada para convertirlo, sin lugar a
dudas, en horas de verdadera producción intelectual, puede tener como resultado,
lejos del insomnio o el fastidio, un acto rotundo de satisfacción. De vez en cuando,
sin sistema ni orden, sino azarosamente como el origen del mundo, perder el
sueño y volverse obrero de ideas solitarias puede devolvernos una clara imagen
de nuestra ansiada y, sin embargo, intrínseca libertad. Se ha construido muy a
pesar de cada uno de nosotros la noción de buenas costumbres, del hábito social
adecuado a sitio y circunstancia. La invalidez de la ley que se yergue sin razón
nos convierte de algún modo en perfectos autómatas que de noche duermen y de día
viven. ¿Y por qué no plantearse esa osadía de dormir cuando realmente sí se está
cansado o de obrar cuando efectivamente se está despierto? ¿No nos diferencia
acaso esa libertad del gallo de las cinco?
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