Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

domingo, 23 de noviembre de 2014

La bóveda verde




La bóveda verde

Descanso en una tarde de noviembre. Adivino el fulgor del sol y la correspondiente reverberación en las láminas de las hojas de estos nísperos que llevan años de cara al cielo. Veo como esa luz logra, en parte, colarse por entre el ramerío perenne (los pequeños huecos que las copas unidas han dejado al descubierto dejan que trozos de cielo azul eviten una sombra compacta), blanca o blanca amarillenta, y llegar a pasar en forma de haces polvorientos (miles de partículas ínfimas se suspenden y levitan por la zonas iluminadas de la atmósfera abovedada) por el aire resguardado al viento hasta depositarse, plenos pero de borde irregular aunque rectos, sobre mí y sobre la hojarasca algo húmeda y, porque lo sé, crujiente. También, veo esta luminosidad casi inmanente que no llega al suelo, sino hasta mis ojos y derrama cierto espectáculo de pantallas verde amarillentas como lámparas de color. Hojas traslúcidas que contrastan con en cielo raso natural verde oscuro. Entre los dos árboles que comparten la misma copa se sostiene tensa la paraguaya. Descanso relajado y tibio como noviembre, sin frío, sin calor, sin lunes. Sostenido por la paraguaya que se sostiene debido al ramerío que, a su vez, es sostenido por los troncos y las raíces y la tierra, leo Nadie nada nunca de Juan José Saer y me dejo llevar por su influencia.

   

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