Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

sábado, 17 de diciembre de 2016

El río





Hay un calor que se expande y precipita en cada célula y contorno. Hay, a su vez, esa luz irreal que el mes de diciembre viene a depositárnosla y hacérnosla sentir, reverberante. Se nos crispan las pupilas con cada destello y reflejo en el agua. El río avanza con olitas hacia el Atlántico, su desembocadura final; y yo acá, tratando de que la luz no me queme los pelos de la epidermis, debajo del sauce  que se bambolea suave con el viento. La costa del río en el bajo, relame con sus escombros y arenas la orilla, donde se funde esa espuma de burbujas centellantes, donde rompe breve el vaivén aguachento. Ahí hay dos niños con los pies mojados y sumergidos que chapotean sus sueños imaginarios como queriendo hacer al horizonte algo más cercano a sus pequeñas estaturas: juegan. Más allá, metido en río, viene remando un musculoso en remera musculosa con su cayac colorado. Dos veleritos más pegados contra el cielo que contra el agua depositan quizá los sueños imaginarios que los niños de la orilla recogen. Todo está luminoso; los colores son claros, despiertos, enceguecedores. El calor, por su parte, seca la tierra del parque (que da a la orilla que da al río que da al horizonte que da al cielo su reflejo absoluto); un polvillo se levanta a cada ráfaga y me tengo que andar tapando los ojos por miedo a las basuritas.





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