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martes, 21 de febrero de 2017

La casa





 La casa


Olga finalmente decidió llamar por teléfono. Quizá no era nada urgente (al menos para el resto de la familia)  sentir esos ruidos arriba del techo, las puertas y las ventanas golpeándose cada cinco minutos, el temblor, más que nada ese temblor de los cuadros en las paredes de ladrillo, todo eso quizá no era una urgencia para cualquiera de los otros. Pero ella, Olga, no podía dormir hace tres noches a causa de los ruidos y los movimientos de esa casa.

Cuando vino el especialista que contrató la inmobiliaria, tomaron nota de todo lo que Olga percibía hace una semana, y se hicieron mediciones y cálculos; todo estaba en orden: no había ningún riesgo: la casa era tan fuerte como una roca.

-- Mamá, la casa no se va a caer --le reprochó su hijo levemente fastidiado porque tuvo que dejar la oficina para poder atender al arquitecto y al asesor de Revoj Propiedades-- . Las bases están muy bien puestas, el techo es una maravilla como lo tenés.

Olga, contradicha, le recriminó quizá un poco injustamente a su hijo su falta de tacto para con ella: “Vos no estás en mis zapatos, ni tenés que vivir las noches que paso en esta casa del demonio”.

Evidentemente existía un problema real, por lo menos para ella. Hacía tiempo que Pablo veía a su madre meterérsele ideas raras, pero no creía ni lejanamente que estuviera desequilibrada o loca.  Trataba de poner atención a sus asuntos y acudir a cuanto problema tuviera en su vida y en su casa, tratando su pesar con real convicción, ocupándose de ella, tomándola en serio, aun si esto implicaba cierto desgano o escondido desdén.

Cuando se fueron el arquitecto y el señor de la inmobiliaria, los dos quedaron solos y se miraban fijo tratando de entenderse el uno al otro, la madre y el hijo, como si las miradas pudieran enlazar un diálogo perfecto y armonioso que los llevara al acuerdo tan difícil de alcanzar con palabras. Casi nunca se entendían.

Después de un largo silencio, y aunque Pablo ya pensaba que el problema de su madre era un tema de salud, él propuso darle crédito a esas extravagancia y, pensando que quizá de esa manera el lío estaría resuelto, decidió quedarse con ella esa noche. Tal vez Olga, al  encontrarse acompañada, dejaría de sentir la casa como una amenaza.

Después de una cena liviana se dispusieron cada uno en su habitación a tratar de conciliar el sueño. Pablo se acostó de lado pensando en las cosas que tendría que resolver al día siguiente; su jefe era de esas personas que se toman muy en serio su cargo de autoridad; a él lo hacía sentir cucaracha. Pero Pablo era un gran empleado en la empresa, hacía las cosas del mejor modo, en tiempo y forma. En estas cosas estaba pensando cuando vio en la esquina que se forma entre el cielorraso y las paredes una araña enorme que se alimentaba en su tela de algún insecto atrapado. Sintió muchísima compasión por ese pobre insecto ya indefinible y con su zapato trató de matar la araña.

Los golpes del zapato en las paredes hicieron aparecer a Olga asomada a la puerta entreabierta.

-- ¿Qué sucede, hijo?

-- Nada. Estaba matando una araña.

-- En mi habitación, las vigas del techo crujen.

-- Mamá, tratá de dormir; no hay nada fuera de sitio en esta casa.

La madre volvió a su habitación y al cabo de diez minutos estaba durmiendo; había logrado conciliar el sueño. En cambio Pablo no podía dormir: daba vueltas en la cama, miraba el cieloraso, escondía su cabeza debajo de la almohada. Pero no. De pronto empezo a escuchar gente hablando, mucha gente hablando, como un montón de gente en una fiesta adentro de la casa. Se levantó y fue a la cocina. Había un conjunto de enormes hormigas rojas se estaban dando un festín, comiéndose una cucaracha. Sintió asco. Agarró una escoba y trató de alcanzarlas con furia. Los ruidos despertaron otra vez a su madre.


-- ¿Que pasa, hijo?, ¿te pusiste a barrer la cocina?

-- Nada, mamá. Tratá de dormir. Hay muchos insectos en tu casa. Hay que desinfectar y limpiar un poco esto. Mañana llamo a algún fumigador.

-- La casa está limpia, hijo. ¿Dónde viste la araña?


Pablo acompañó a su madre a la habitación para que tratara de dormir. Olga insistía con que había muchos ruidos durante la noche; temía que la casa se cayera.


 



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