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Aquí la tierra se funde con mis manos

martes, 23 de mayo de 2017

El agua de lluvia






El agua de lluvia


Desde la lontananza, por el oeste de todo, unas nubes negras vienen acercándose al pueblo de Laguna Chica. Los hombres miran el horizonte, entre perplejos y esperanzados. El agua parece avecinarse, después de mucho tiempo de sequía. ¿Será piedra? ¿Será torrencial? ¿Una llovizna acaso? Los hombres miran hacia el oeste de todo --y un poco hacia arriba-- (un nubarrón espeso y negro como si fuera un verde esperanza). Que sea algo bueno para el campo, lo piensan sin decir. Las botas negras de Juan Camilo crujen a cada paso y levantan el polvo seco en nubecitas rastreras gris parduzcas. Su tío le toma del hombro y le dice mirá Juan, se viene el agua, quizá tengamos una semana de lluvia. De pronto se ve el refusilo y se sabe ya que viene sí o sí la tan necesitada y ansiada agua. Todos se meten adentro de la casa materna y empiezan a contarse de buen humor los chismes del pueblo mientras se ceban unos amargos. Un estruendo sobre la chapa del techo hace notar el comienzo del espectáculo temporal: llueve.

Doña María Antonia se encarga de la pava y el mate y las tortas fritas. Juan Camilo mira por la ventana grande el aguacero con sus ojitos de zorro. Fabricio, el hermano mayor, está limpiando las botas de todos, mientras don Carlos, recostado en un sofá viejo, empieza a estornudar su alergia de siempre.

Viven bajo el mismo techo. No es un rancho no, pero tampoco un caserón. Están siempre trabajando. Casi que no tienen un domingo a la semana. La lluvia es el descanso. El agua bendice la tierra, los cultivos de maíz y también el gran descanso. Las faenas y los quehaceres diarios se suspenden con la lluvia y es esa lluvia la que trae las buenas noticias y los buenos augurios y presagios.

Allá lejos, en la gran ciudad, la gente vive quejándose del mal tiempo. La lluvia es mal tiempo para las masas urbanas. La lluvia es ese fenómeno extraño que pone odiosos al conjunto. Mientras que en Laguna Chica se celebra unos cuantos milímetros de lluvia, en Buenos Aires la gente empieza a fastidiarse.

Román Castillo tiene un depto en Palermo Viejo. Vive ahí desde hace ya tres años. Él es hijo de la gran ciudad. Porteño de pies a cabeza. Hijo de porteños, nieto de porteños, bisnieto de inmigrantes españoles cuya historia no conoció. Román está harto de esta semana de lluvia, del agua que moja y empapa, de las cunetas inundadas, de las baldosas flojas colmadas de agua, de los paraguas rotos por el viento, de … Su empleo es muy común a la clase media oficinista. Se levanta temprano, lee el diario mientras desayuna y sale rumbo a la empresa --esta vez paraguas en mano-- ubicada cerca de Corrientes y Perón. Sus días de descanso son los sábados y domingos, pero últimamente se lleva trabajo a la casa y suma más o menos de doce a trece horas fijas de trabajo por día, incluso los fines de semana se conecta al servidor y trabaja desde su casa. Su espacio de trabajo es siempre un interior bien al resguardo de las inclemencias temporales; pero entre su casa y el trabajo hay una distancia considerable que no pude sortear --salvo que haga homeoffice--. Y llueve fuerte en Buenos Aires. 







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