La mosca
insiste sobre el vidrio de la ventana. Terca, golpea su cabecita llena de ojos;
ojos que miran hacia el abismo de un cielo en un piso veinte. Juego con mis
dedos a contar segundos. El tiempo que se espera es un vidrio sobre la mosca
terca que insiste en obstaculizar su vuelo abismal. Mi turno era a las siete, y
ya estamos pasados media hora. Mi nombre sigue en la lista, y yo acá, con dolor
de muelas… Me pregunto por qué se les habrá ocurrido un consultorio en un piso
tan alto, tan cerca de la estratosfera. El zumbido se confunde con mi dolor
como si este hablara en lenguaje de mosca. Y el insecto sigue ahí, pateando
contra el vidrio como quejándose de mi dolor de muelas. El tiempo de espera se
hizo para manejar nuestra voluntad y conducta a favor de un orden, de una lista
de gente que vino antes y que tuvo que esperar también. Siempre esperar, cola
para esto, cola para aquello; y un día nos morimos y nuestro cadáver tendrá que
esperar un rito solemne antes de ser por fin enterrado. Pateo el vidrio de la
ventana tiempo y ella insiste en mantenerme ahí, en ese limbo que pasa y pasa,
pero que a su vez, está muerto para mí. De alguna manera soy mosca contra un
vidrio que mira al cielo, necio como terco, dándome golpes contra esa pared transparente
que te deja ver pero no tocar.
sábado, 8 de junio de 2013
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