Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

viernes, 14 de junio de 2013

Encuentro



Andar tranquilo por las calles de un sol de marzo, mirar el desierto en la ciudad de una mañana de domingo, escuchar el silencio, ese silencio lleno de música de pájaros, ese silencio que se agolpa en el pecho como un latir profundo, caminar sin prisa y sin miedo de nada, me resultó curioso ante semejantes circunstancias. Iba hacia la sombra, sabía que ella me esperaba a dos calles, frente a un almacén viejo y cerrado y, sin embargo, alguien que me mirase por fuera habría pensado que iba pausadamente a comprar el pan para el desayuno o la yerba para los mates tempraneros de un domingo que adivinaba el incipiente otoño. Sí, sencillamente iba en paz, como aquellos que viven en riesgo y, entonces, han olvidado ya el miedo que alguna vez les inició en el periplo aventurero. El miedo se  había trasformado en otra cosa para mí, jugando seguido al mismo número de lotería mi querida suerte. El temor de verme entre la sombra no era más que una de tantas aventuras, una de tantas hazañas. Iba con la convicción que nos batiríamos a duelo como dos caballeros de la antigüedad, que uno de los dos (ella o yo) quedaría fulminado para siempre, pero jamás imaginé que tal encuentro habría de causarme esta confusa existencia. Al llegar a la esquina ella me esperaba con una flor algo marchita y tanto me sedujo con su arte oscuro que perdí noción de la lucha a la cual había venido. Y entonces fue que me enamoré de la sombra, tanto que ya no sé ahora quien camina por estas calles, si soy yo o es ella o quizás un engendro amoroso de entre los dos. 





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