Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

viernes, 27 de diciembre de 2013

Primer trueno



El silencio preludiaba la tormenta. Veinte minutos más tarde se desataría desde el cielo una lluvia diluviana. Aquel silencio encapsulado por la atmósfera caliente, oscurecida por un plano gris que invadía el cielo azul ahora invisible, se cernía en un tiempo impasiblemente nulo, como si la ausencia rara de sonidos suspendiera el correr de los acontecimientos. El reloj tenía sus dos agujas apuntando al número tres. La tarde se apreciaba a través de las copas inmóviles de los eucaliptos, quieta, sin una sola brisa. Los rostros brotaban su sudor, su agua salada, su caloría. El horizonte era un círculo que rodeaba la casa cuya única conexión civilizadora estaba regida por un camino recto de tierra que unía la construcción hacia el norte con algún punto más allá de la línea visible donde se confundían el cielo gris con el suelo verde.

El silencio preludiaba la tormenta. Un silencio monolítico, invariable, inmóvil. Una ausencia que al cabo de un cuarto de hora se convirtió en una raya de luz, uniendo algún punto del plano gris con una rama de eucalipto a cien metros de la casa. Un momento, un pequeño instante de espera, tuvo que sostenerse hasta poder oírse el primer ruido. Trueno. Primer trueno.    


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