Ayer las
nubes, esas masas algodonosas de vapor blanco suspendidas en la atmósfera
intermedia entre la tierra seca y el cielo azul, fueron sumándose de a poco, traídas,
arrastradas, por el viento norte. Y casi imperceptiblemente—desprevenidamente—llenaron
el espacio tapando la luz de sol. Volviéronse así, de color gris oscuro, una
cortina compacta de gris oscuro, una sola gran nube gris. Un plano hermético
paralelo a la tierra, imponente, capaz de opacar cualquier rayo de luz y
sumergir el mediodía en una seria penumbra. Los faroles de la calle confundidos
se encendieron. Una noche prematura invadió la ciudad.
Ayer la tormenta no tardó en venir. Se desató
desde la altura con ráfagas y piedras de agua. Líquida y sólida, la lluvia fue
un telón natural en mi ventana. Lluvia diluviana sobre el asfalto de mi calle
repiqueteaba logrando apagar los ruidos de siempre. Rayos como rutas de viaje
en un mapa viejo se manifestaban paralelos, perpendiculares, diagonales, y
desaparecían en el tiempo de un parpadear. Eran seguidos luego de cinco
segundos de tensa espera por los estruendos que viajaban como eco de montañas.
Ayer no se podía salir de la casa. Mi ventana
era el margen de realidad desde donde yo podía contemplar el fenómeno sin
riesgos. El resto lo adivinaba. Imaginaba la plaza llena de charcos de agua
marrón, barrosa y turbulenta. Adivinaba la gente corriendo por la avenida
Maipú, empapada. Los paraguas rotos, la ropa mojada, la calle Güemes como un
río.
En eso
tocan la puerta. ¿Quién es?, pregunté alzando la voz. Nadie contestó. Abrí.
No había nadie. Tuve miedo y cerré rápidamente…
Hoy soy
otro. Tengo todo de mí pero no soy yo. Me levanté de la cama. He ido
al baño y al pasar frente al espejo me di cuenta que no era yo. Noté que todo
estaba como siempre, del mismo modo, pero algo distinto de mí me invadía, algo más allá de mi figura. Seguían ahí mis cabellos revueltos, mi cara
angular, las cejas finas, los labios gruesos, los ojos y el mentón. Todo estaba
igual, pero no era yo. Juro que no era yo. No creo en los malos espíritus.
Nunca di un céntimo por cualquiera de esas supersticiones baratas. Pero el
terror me invade ahora. Solamente yo
lo sé. Soy otro.
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