Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

sábado, 18 de enero de 2014

La visita



Ayer las nubes, esas masas algodonosas de vapor blanco suspendidas en la atmósfera intermedia entre la tierra seca y el cielo azul, fueron sumándose de a poco, traídas, arrastradas, por el viento norte. Y casi imperceptiblemente—desprevenidamente—llenaron el espacio tapando la luz de sol. Volviéronse así, de color gris oscuro, una cortina compacta de gris oscuro, una sola gran nube gris. Un plano hermético paralelo a la tierra, imponente, capaz de opacar cualquier rayo de luz y sumergir el mediodía en una seria penumbra. Los faroles de la calle confundidos se encendieron. Una noche prematura invadió la ciudad.
 Ayer la tormenta no tardó en venir. Se desató desde la altura con ráfagas y piedras de agua. Líquida y sólida, la lluvia fue un telón natural en mi ventana. Lluvia diluviana sobre el asfalto de mi calle repiqueteaba logrando apagar los ruidos de siempre. Rayos como rutas de viaje en un mapa viejo se manifestaban paralelos, perpendiculares, diagonales, y desaparecían en el tiempo de un parpadear. Eran seguidos luego de cinco segundos de tensa espera por los estruendos que viajaban como eco de montañas.
 Ayer no se podía salir de la casa. Mi ventana era el margen de realidad desde donde yo podía contemplar el fenómeno sin riesgos. El resto lo adivinaba. Imaginaba la plaza llena de charcos de agua marrón, barrosa y turbulenta. Adivinaba la gente corriendo por la avenida Maipú, empapada. Los paraguas rotos, la ropa mojada, la calle Güemes como un río.
En eso tocan la puerta. ¿Quién es?, pregunté alzando la voz. Nadie contestó. Abrí. No había nadie. Tuve miedo y cerré rápidamente…

Hoy soy otro. Tengo todo de mí pero no soy yo. Me levanté de la cama. He ido al baño y al pasar frente al espejo me di cuenta que no era yo. Noté que todo estaba como siempre, del mismo modo, pero algo distinto de mí me invadía, algo más allá de mi figura. Seguían ahí mis cabellos revueltos, mi cara angular, las cejas finas, los labios gruesos, los ojos y el mentón. Todo estaba igual, pero no era yo. Juro que no era yo. No creo en los malos espíritus. Nunca di un céntimo por cualquiera de esas supersticiones baratas. Pero el terror me invade ahora. Solamente yo lo sé. Soy otro.


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