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Aquí la tierra se funde con mis manos

miércoles, 19 de febrero de 2014

Una canción de agua para dormir bien



Menos una lámpara encendida que se desvive por alumbrar unos pocos objetos, la noche se ha tragado toda la luz. Y en esa inmensidad de ceguera el sitio iluminado parece emitir una aureola mística que lo hace singular y, al mismo tiempo, absoluto.
El silencio pausado del sueño durmiente hace que el pueblo, cercano al arroyo, le dé lugar al murmullo del agua corriendo hacia abajo.
Juan está de visita hace unas semanas pero hace noches que la ausencia de sueño lo perturba y lo hace sentirse extraño. Ahora lee con dedicación y meticulosidad un libro que le ha llegado de las manos de un amigo con el rótulo, etiqueta o categoría de “libros para dormir”. El insomnio juanino sin embargo se perpetúa desde hace noches y él, sin poder conseguir una buena pastilla en la farmacia de Mariel, ha estado tratando de recurrir a las recetas más divergentes y seudocientíficas que le aportaron una tía vieja, el panadero, la vecina de la otra cuadra y, por último, Raúl, amigo inconfundible, amante de la literatura más aburrida del mundo.
La novela es extensa, tediosa y abrumadora. Pasa las páginas como si fueran de plomo y, con frecuencia, tiene que retroceder porque ha perdido el hilo de la historia.
Después de varias horas de interminable lectura e infructuoso intento, Juan apaga la luz para, tratando de escuchar solamente el arroyo, quedarse por una de esas casualidades bien dormido. Al cabo de unos minutos donde la vigilia y el sueño se confunden, en la mesa yace el libro en cualquiera de sus páginas y, al costado, aunque esté rodeada de tinieblas, la cabeza de Juan se apoya sobre la tabla de la mesa y duerme, profundamente.



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