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Aquí la tierra se funde con mis manos

sábado, 22 de marzo de 2014

Lobisón



Hay dos curiosas maneras de encarar el asunto. La primera, y depende de ellos, es una explicación racional, lógica y matemática—si puede admitirse--de las circunstancias que precedieron el acto de transformación. La segunda forma de tratar el suceso (depende de mí) radica en una serie de fenómenos suprasensibles que no tienen conexión entre sí y aunque necesitaría usar una conciencia compleja para poder argüir sus fundamentos de origen caótico, voy a intentar exponerla.  Por lo pronto trataré de dar un esquema, un cuadro conceptual si se quiere, de lo que otros vieron y luego, desarrollar mis teorías, las cuales están a punto de desvanecerse si no me apuro a dar el detalle.
Los otros pudieron vislumbrar el carácter animal en mí: siempre fui gruñón y malhumorado por todo. Pero eso no era una descripción adecuada a la figura del lobo. Hubo, para mí, en contraposición a la opinión de ellos, una fuerza exterior, un espíritu perdido, algo extraño que pobló el interior de mi casa endemoniando hasta los rincones más sagrados. Aunque ellos aleguen que siempre fui yo el responsable, que ningún espíritu exterior rondaba por la casa y que las malas actitudes fueron acrecentándose hasta que aparecieron los primeros colmillos, nadie entenderá lo que percibí, salvo, quizás, ustedes, queridos lectores.
Por eso y antes que se acabe el tiempo que tengo disponible para describirlo dado que las cosas más difíciles de entender tienen fecha de vencimiento en la memoria, voy a apurar el paso y narrar lo que yo sentí aquella noche.
Como dije anteriormente se trata de fenómenos suprasensibles, es decir que no pueden entenderse con las estructuras más corrientes, sino que se necesita un giro, un cambio de mirada y paradigma. No será sencillo decirlo en términos castellanos, pero mi intento es útil y necesario aun en su defecto para poder darme una explicación y dar cuenta a todos ustedes de aquel proceso.
Imagínense por un momento que su entendimiento queda suspendido entre paréntesis, pero que por alguna causa visceral no quedan aislados del mundo sino algo así como mimetizados y asidos a los hechos de la naturaleza.  Perciben y conocen por un instinto que ya no es intuición ni aprehensión inmediata de las cosas, sino un latido de supervivencia cuyo motor es el hambre y el deseo de perpetuidad más allá de todo. Ya están sintiendo la transformación y entonces devienen en lobos.
Así fue, y ahora no sé como volver a explicarlo.



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