La caricia
amanece temprano, toma el polvo y los desparrama ahí, en el río. Las sombras,
atrás, después del horizonte, se adivinan con sus cuerpos más tarde, cuando
despega de su sueño el eterno retorno del sol.
Yo vivo
entre el sauce y la flor de la azalea; estoy perdido en la isla, detrás de los
juncos, más allá de donde los botes
pasan y doblan por el recodo. Trabajo con mis manos redondas y grises de barro;
mantengo firme la pala y el surquito tratando así de ver las calabazas salir de
ahí. Mi sombrero de ala ancha carga con todos los soles de mi existencia.
Presente, pasado y futuro. Vengo tostando mi piel hace rato y no es por
renegar, sino todo lo contrario: los surcos de la tierra se me parecen, a
mi cara, a las líneas del tiempo que no son años sino soles y más soles. Vendo
todo en el Tigre, cerquita de la estación. Me acostumbro a la vida rica y a la
vida pobre: soy primavera a veces, pero también invierno y helada. Tuve un gran
maestro en la escuela. Nos enseñaba los cuentos y el lenguaje; la mayoría aprendimos
de él… otras mejores cosas. Éramos capaces pero también rebeldes. Su apellido era
Ferretti y venía con la lancha. sábado, 18 de octubre de 2014
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