Emprendí,
de a poco, mi exilio. Me fui yendo sin despedirme de nadie, sin dejar una
esquela siquiera, pero sabiendo que iría a volver con todo mi equipaje al
hombro. Comprendí que el exilio era un tiempo útil y necesario, que sería algo
así como un tiempo guardado en un baúl al fondo de todo, donde están las
utopías.
Consideré,
en ese momento, y considero ahora que la utopía es solamente en tanto que una
posibilidad de ser que se reviste de las circunstancias más adversas, las
impedancias más represivas, transformando esa posibilidad de hecho en una
latencia bien guardada en el fondo del baúl. Y el exilio, el silencio a fin de
cuentas, no es otra cosa que ese baúl lleno de utopía.
Pero todo
acontecimiento maduro necesita revestirse, sin embargo también, de regreso.
Toda posibilidad debiera pasar por un exilio, un silencio, un tiempo nulo;
pero, además, por su regreso, su desembarco. Poder volver y decir con toda voz
que el cofre ya está abierto.
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