A nadie le importa
¿Qué pasa? Recuerdo, creo que era la primera de las películas. Una de mis más antiguas visitas al cine, la memoria visual descarnada y sola. Esa en la cual se confunden los años de tu infancia con algún signo o sueño raro delimitado en una mínima porción de fotografía mental y fugaz que viene, te encandila y se va. Era más bien (y es), quizás para mí allá en ese tiempo pero también e incluso hoy a razón del impacto aquel, una caída, un principio y noción consciente de la terrible indiferencia, impasibilidad y muerte vida que el mundo, que la gente, que el vértigo que pasa, inunda y acrecienta con su pálido, perfecto y casi invisible pero permanente adiós.
Vuelvo sobre la escena, sobre una escena sola que se repite desde entonces sobre cada alero de mí, sobre cada vacío que cae adentro de mí, sostenido en la angustia y la sangre. Y eso pasa, eso es, eso se sigue rompiendo y estropea mi fe.
El planeta de los Simios. La primera, mi primera, la única primera de mí donde vi ahogarse a alguien mientras el mundo, la gente, el vértigo que pasa, dejaba ser, dejaba aniquilarse, dejaba hundirse al ser humano en el agua fétida mientras clamaba y mendigaba por esto que llamamos vida.
Y la ficción está llena de realidad. Somos un poco eso. Nos volvemos un poco eso. Y desde muy niño lo supe sin poder ponerlo así porque quizás recién estaba sabiendo el alfabeto.
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