Buscando mi
lector
Nunca pensé
el acto de escribir mis poemas, mis relatos, mis cosas, como una actitud hacia afuera, aunque lo sea: a fin de cuenta lo es. Pero yo voy queriendo encontrar un lector, un sujeto
que esté del otro lado de la orilla de mí, uno solo me basta, un reflejo quizás. Y lo elijo sin mirar, lo voy encontrando en mí mismo un poco, lo vislumbro adentro de mí
como si estuviera guardado en mi consciencia, pero sabiendo que hay alguien
afuera con la misma enfermedad o dulzura queriendo encontrarse. Lo hago con el
fin de llegar a reconocerlo como hermano o hermana, a tener un trato familiar con él o ella. Siento que soy un ser humano determinado, con particularidades
específicas, pero también guardo conmigo alguna motivación general y antropológica
que se refleja en ese lector o lectora que empiezo a querer y que, por alguna
especie de vaso comunicante, nos entendemos. Hay un
afuera y un adentro. Y yo sé que el lector aquél, ese que debe estar en un rincón
del mundo está también en este adentro que soy yo, con todas mis subjetividades y
complementos. Hay un salto, claro. Hay un acto de fe donde uno debe creer
religiosamente que ese o esa parte de afuera nos está esperando este adentro. Mi
actividad de salir en busca de un lector no es tan distinta de la de salir a
encontrarme con otro que está de alguna manera implícito en mí. El aplauso es
ruidoso, incapaz de llegar a la raíz principal del enunciado, y muchas veces
censor o condescendiente, pero nunca un acto de reconocimiento, de abrazo
fraternal surcador de los abismos.
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