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sábado, 18 de abril de 2015

Miedo al coco



 Miedo al coco

Bs As, 14 de abril de 2015

Estimado Sr Gutiérrez:

Le pido antes que nada, señor Gutiérrez, mil disculpas por molestarlo con una carta. No me atrevo de otro modo a contar lo que me pasa. Y sé que usted es un psicólogo comprensible, que va a entenderme perfectamente.

Por recomendación de un amigo llego a usted. Quizás algo tarde, pero no quiero dejar pasar este asunto más de la cuenta. Me presento. Soy un hombre en mis cuarenta años. Un tipo razonable, inteligente, prometedor. Si le pregunta a mis amigos ellos sabrán contarle cómo llevo mi vida. Verá que hasta ahora he sido un señor exitoso en cada una de mis empresas, maduro en cada compromiso que he llevado a cabo, sólido en cada proyecto y perspectiva. Desde muy joven afronté los avatares y vicisitudes con destreza; le demostré a mi familia que podía sobrellevar la carga de las responsabilidades más demandantes; y así fue como conseguí el amor de Clementina, mi actual mujer; así fue también como tuve mi primer hijo, y mi segundo. Soy además una persona culta. Como verá, además de todas mis seguridades, tengo mi título de Licenciado en Economía, mi master en Marketing y algunos otros postgrados que evito mencionar para no aburrir. En definitiva, soy un hombre hecho y derecho. Eso es lo que quiero que quede claro.

                Usted podrá apreciar todo esto y mucho más cuando me conozca personalmente. Pero le pido que me tenga paciencia con esta carta y me la lea antes de acordar una cita. Y disculpe que lo entretenga un poco con mi historia personal, pero es que ahí radica el quid de mi problema. Me voy a remontar a mi niñez.

Cuando era niño, allá en mi pueblo natal, mi queridísima abuela que en paz descanse, me contó una vuelta antes de dormir la historia del coco. Una terrible historia que no voy a narrarla ahora por cuestiones emocionalmente comprometedoras que no quiero revolver. Pero fíjese usted. A pesar de mi trayecto como persona y profesional, como amante de la ciencia y la razón, aún hoy, jamás pude despegarme del miedo al coco. Y tengo problemas serios de noche. No puedo dormir bien, y si lo hago tengo que llevar la lámpara del velador encendida siempre. Si alguna vez mi mujer me apaga la lámpara, corro riesgo de mojar la cama entera. ¿Ve? No resuelvo el miedo hasta ahora. Mi mujer es una santa y cuando suceden estas cosas no dice absolutamente nada. Me ayuda con el colchón a la mañana y lo secamos al sol. Esto lo termino resolviendo puertas adentro, pero no consigo quitar el problema de raíz.

Como verá señor Gutiérrez, usted sabrá comprender, mi mujer y yo arreglamos las cosas en la intimidad y no hay miedo al coco mientras duerma con la luz prendida. Pero lo que no llego a comprender es por qué un hombre como yo, tan racional, triunfador en muchas cosas de la vida, tenga que tenerle todavía miedo al coco.

Espero que me encuentre una respuesta; no ya a mi problema con el coco, que lo tengo muy asumido, sino la contradicción, y espero no le aburra mi carta, de por qué un tipo como yo tiene, aun exitoso y maduro, un miedo tan infantil.

Lo saluda cordialmente, su próximo paciente.


                                                                                                               Dr Carlos Hernán López Camelo  



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