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Aquí la tierra se funde con mis manos

viernes, 21 de agosto de 2015

En el proscenio



En el proscenio




Yo soy un tal Benicio, querido público: de entre señores, señoras, conejos y cronopios. Nací hace tiempo, cuando todo era chato, límpido, raro. Fui amigo y compañero de muchos héroes, siempre el segundo de muchas dignas historias. Pero no pude ser abogado ni arquitecto de mi ello, de mi verdad, de mi diario íntimo, ni siquiera un poco de mis pequeñas cosas de porcelana. Hice dibujos como diagramas de venn y me metí adentro de una poesía que no cierra, adentro de un conjunto de palabras enteras de número variable, de tendencia limitada, cara. No fui una serie de relámpagos surcando la bola de cristal de un brujo loco. Soy, por desquite, un personaje algo tocado pero recio, como esos que salen en la televisión con una pancarta que dice no y basta en los portales del panteón del empleado del mes, en un tiempo difícil, en un 2001, o en un 2001 triste. Voté muchas veces la idea anarquista, impugne, rota. Hice lo que pude, soy un hombre de carne y hueso; no esperen de mí ni de mi conciencia una maravilla de canción, ni promesas cumplidas, ni pájaros tiernos revoloteando el océano azul, ni conchas abiertas donde las sirenas les canten melodías absolutas. Les pido perdón y disculpas por todo desliz gratuito y molesto que éstas mis palabras intentan sondear en el auditorio. Crecí, lloré y reí como diría un hermano argentino que tengo adoptado desde que él me adoptó a mí y que lo escucho desde cuando su hija de la lágrima me tocó las espaldas. Y ustedes me preguntarán, me irán a decir qué quiero con todo este espectáculo acá, delante de tanta concurrencia abúlica, distante, azul de tan fría y sin embargo ferviente de sol, tullida, necesitada de palabras. Y es ahí cuando me quiebro, mis queridos conejos, mis queridos cronopios; es ahí cuando la melancólica piedad me invade hasta las vértebras. Entonces me tengo que sentar igual que ustedes, sentarme gris y pedir que apaguen la iluminación y la puesta en escena, dirimir entre el yo y el tú, y finalmente confundirme en un tú grande como el teatro. Ahora lloro, ahora me tapo los ojos y lloro. Si alguna vez fui un héroe, ya me había quitado los ojos mucho antes. La vida es así: por momentos uno viene como surfeando la cresta de una ola que no termina de desparramarse nunca, pero cuando viene la luna, cuando la luna se posa en la verdad, la tragedia nos habla a la cara y el yo se diluye en esa luz espectral.



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