Mi palabra siempre fue seca. Por más amor que le puse, salió
de mí con esa aspereza de lagarto al sol, siempre. ¡Falta agua, loco! Me hace
falta mucha agua. Necesito la humedad de las mujeres, la lluvia sin freno, el
bendito jugo de los dioses que pululan en las obras clásicas, Flaubert,
Shakespeare, Cervantes. Como ven no tengo tempo para hablar de poesía, de
cuentos, de crónica arriba de los trenes. Me da lo mismo el pan, las masitas de
té o las hamburguesas de mi abuela. Mezclo, siempre fui un mezclador entre la
sal y la arena, entre la azúcar y la cal. Vendí mi biblioteca por unos porotos
a cambio de dientes para poder morfar. Y no soy poeta ni cronista ni político;
apenas sí un payaso haciendo de Gardel, de sabio gurú mostrando magia a unos mendigos crotos.
martes, 1 de septiembre de 2015
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