Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

domingo, 8 de noviembre de 2015

La vejez y su sabiduría




No sé. No soy bueno para esto (¿alguno lo es?). Siempre había tenido la certeza --ese orgullo, esa vanidad-- de creerme poseedor de una verdad, de alguna verdad, de una sola. Y desde hace mucho la hacía valer, la forzaba a resistir y a quedar de pie, la hacía entrar con tesón sobre el sinnúmero de cosas y cosas, haciendo así que pareciera una idea absoluta, matemática, clara como que ahora estoy hablándote a vos, mi amigo. Pero eso pasó ya a ser parte de una antigua y vieja historia. Los años, la vejez quizá con sus achaques, me permitieron dejar de luchar por una bandera. Y sentí con esas renuncias que la vida es lo único cierto y que aun así es también un misterio, una magia oscura, algo de difícil aprehensión. Porque en cuanto creemos tener en nuestro poder un enunciado, una verdad, nos damos cuenta al momento siguiente que se nos dan otras voces adentro nuestro; como si fueran fantasmas de nuestras dudas que pujan por existir a la par, así vienen otros discursos con sus próximas verdades, a veces hasta contradictorias a querer ocupar su sitio en nuestra entelequia. Entonces sí pienso que la juventud muchas veces caprichosa no nos brinda una razón amplia que nos guíe hacia rutas y futuros nuevos, sino que la más de las veces nos cierra puertas y nos ciega en dogmas rancios y estrictos. Por eso ahora que me tiemblan las manos por el reuma, ahora que veo el ocaso de mis días, ahora es el momento de decir que la vida está primera a toda verdad, que es anterior a la verdad y por lo tanto minimiza cualquier enunciado haciéndolo llorar en sus defectos. Vive primero, amigo mío, que de verdades no sé nada y que nadie es bueno para eso.



No hay comentarios:

Publicar un comentario