Limpiainodoros
Veamos: a mí, lo que se dice algo de mí, no de vos, que sos un quejoso chiquilín atolondrado con la mugre, yo, hablo de mí, soy tu contraparte; no he criado las formas quisquillosas de la queja, no me amedrento por lo sucio o por lo demasiado limpio: yo miro por arriba y me conformo con lo que hay. Si vienen a ensuciar el baño y escriben las paredes con obscenidades, voy y las limpio con la gran filosofía de la vida en la cual impávido y distante me hago cargo de lo sucio, como si eso fuera hacer una torta de chocolate y dulce. No reniego de limpiar, ni del olor. Soy guapo y me la banco. En cambio vos… qué decir, siempre lo mismo: venís al bar, te subís a esa columna donde aparentás ser un héroe patrio; pero ni en pedo ensuciarte las manos, ni loco vas a ir a limpiar los baños.
Pero, está bien. Lo acepto asï; no quiero ponerme a discutir ni a pelear por lo que no me va ni me viene; vos podés quedarte sirviendo el café y las minutas que yo me encargo de la mugre del baño, con todo lo que eso significa. Pero comprá bastante lavandina, trapos de pisos (unos cuantos) y guantes grandes: acordate de que mis manos son de oso.
Ah, me olvidaba: tené precaución cada vez que acabe de limpiar el baño: puede que una fiera esté adentro esperando que vengas a hacer lo tuyo.
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