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jueves, 5 de octubre de 2017

Cizaña y trigo




Cizaña y Trigo


Querido Ángel:

Nuestra amistad data desde hace muchísimos años y entiendo que debemos confiarnos por eso cualquier cosa. Vos sabés, Lito, que desde lo de la muerte sorpresiva de mi mujer -- a Malena se le van a cumplir ya los diez años-- me he convertido en una persona sumamente solitaria e introvertida, que no deja de preguntarse la razón de su existencia y el porqué de tantas y tantas desgracias en la familia. Primero fue Malena, la gran tragedia de mi vida, pero después también mi querido hermano Jacinto. Y ahora hace unos días dejó de respirar Laurita, ¿te acordás de ella? Vos sabías gustar mucho de mi hermana. ¡Es todo tan triste!

Todas estas muertes, no sé si lo sabías, fueron consideradas producto de una enfermedad inclasificable, de la cual no se pudo encontrar su origen ni tampoco síntomas previos al desastre: ha sido para los doctores una especie de mal incurable pero imprevisto, de una muerte súbita. Nadie dio en realidad con el punto.

Mi convicción, querido Ángel, es que no se trata de una enfermedad terminal que contamina la casa familiar y a toda su gente como supusieron los médicos, sino que realmente consiste en un homicidio serial. Y ahora te pido que atiendas a lo que voy a contarte.

Mi vida, mi desdichada vida, vos sabrás, ha decaído en el maltraer y el alcohol. Y es cotidiano verme borracho, deprimido, pensando seriamente en  reventar en suicidarme y reventar con ello lo que queda de mi soledad y de mi apellido. Pero aun así, tengo momentos de lucidez arrolladora y sobriedad analítica que me han permitido ver en lo sucesivo las posibles causas de estos supuestos y potentados, a mi parecer, homicidios.

Pienso seriamente que mis seres queridos fueron considerablemente intoxicados con algún veneno letal, poco a poco dosificado, día tras día, mes a mes, persona por persona, primero uno, después el otro, hasta dejarme solo con mi alma.

Esta sospecha primero me asustó, pero después me quitó las ganas de seguir tomando ginebra y ensayé unos pensamientos, los más lúcidos que se me pudieron ocurrir,  aunque se originaron en las tramas que urdían mis pesadillas.

Hace años tenía en mis malos sueños la solución al caso; me lo estaba soñando desde tiempo inmemorial, y a lo que llegué en mis momentos sobrios muchos años después ya lo había conseguido en estados de sueño o embriaguez, mientras las pesadillas me asediaban: el inconsciente, mi querido Ángel; hacele caso a tu inconsciente, ahí están todas las verdades.

Yo soñaba con un ser de siete ojos en la cara. Un ser despreciable, horrible, con dos dedos por mano y una lengua partida que salía hacia fuera para libar el alma de mi amada. Era una pesadilla de la que no podía resistirme, ni brincar afuera. Este monstruo tenía dos propiedades: el nombre de mi familia en la frente y un frasco lleno de líquido viscoso y oscuro que llevaba colgado de su pecho a la manera de un escapulario o amuleto de la suerte.

En mi campo de batalla hay cizaña y hay trigo. Debo quitar la cizaña para que el trigo crezca y no sea ahogado por la maleza. Voy al cultivo y arranco la cizaña con mis manos mugrientas y tristes. Pero en mis manos encuentro no solo cizaña, sino también todo el trigo. Amigo, toda mi existencia es dual y difícil de desentrañar.

Esta tarde encontré un frasco medio vacío en el cajoncito de mi mesa de luz. Supuse que era el veneno, y mi culpa creció de golpe, aunque siempre estuvo conmigo de algún modo. Debía quitar al monstruo.

Matar la cizaña supone quitar también lo bueno.

Hasta siempre.






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