Un calor
raya la atmósfera que envuelve el cuerpo de Daniela mientras espera con un nudo
en la garganta la interminable media hora. Hacia el final de la avenida, donde
se confunde el hormigón, el asfalto y la bruma de un cielo subyugado, un punto
amarillo aparece. Para ella es como un sol lleno de grasa, diesel, artefacto
que acorta distancias y la lleva. No está segura, piensa que tal vez sea uno de
esos camiones que le chiflan al pasar, pero a medida que se acerca se cerciora
del número. Los coches pasan dejando un rastro de viento caliente sobre su cara
que aprieta una tristeza. El colectivo
va tomando nitidez y forma. Ahora Daniela extiende su mano señalando al
conductor que se detenga para poder subir. El coche amarillo para con un bufido
de fuelles rotos y, subiendo la escalera que se le presenta servida, Daniela
accede a pasar a ser de una transeúnte a una pasajera de la línea 60. Llora sin
aspavientos, está triste adentro de sus lentes negros. El colectivo repleto de
gente la obliga a hacerse espacio con los codos y las caderas. El calor sube de
golpe, unas gotas de sudor le recorren la espalda, una lágrima insostenible le
redondea la mejilla. Llora sin consuelo, pero con timidez pública. Una niña que
se toma de uno de los caños que derivan del pasamanos se da cuenta de que
Daniela llora. Tiene dos caramelos en uno de sus bolsillos. Entonces, y sin
permiso de la madre que la mira de reojo, le entrega un caramelo a quien llora.
El calor es insoportable y el caramelo se pegotea entre los dedos de la niña
que se extienden hacia Daniela. La niña sonríe y Daniela desata el llanto
fuerte como una condenada. Al rato Daniela come su caramelo feliz, ya no llora.
domingo, 1 de diciembre de 2013
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Qué final más abrupto! ¿Por qué llora Daniela? Dejá de robar, el cielo de zinc es marca registrada de Rubén Darío! El resto me gustó mucho, transmitís muy bien lo que es esperar un 60 en estos días de calor infernal... uno casi ni sabe si está en Buenos Aires o en el Lejano Oeste, para el 60 el tiempo es un concepto despreciable. Un abrazo grande...
ResponderEliminarNadie sabrá jamás por qué. Lo importante es la ruptura lógica que hace pensar que los adultos consuelan a los niños. En este caso los términos se invierten.
EliminarEste breve relato me gustó mucho, los motivos del llanto de Daniela importan menos que la empatía del niño que procura aliviar su pena, es todavía niño, no ha aprendido a mirar hacia al costado para no ver como hacemos los adultos. Está cargado de poesía, las descripciones son tan vívidas que llevan al lector a ese lugar donde se desarrolla la escena, entonces vemos algo que podría ocurrir en la vida cotidiana, que tal vez alguna vez observamos sin darle importancia con ojos nuevos, los ojos del poeta.
ResponderEliminarSi la "luna de plata" habita en los escritos de millones de poetas, Rubén Darío no se ofenderá porque su cielo de zinc esté presente aquí,un poco ennegrecido por culpa del 60.
Para mí que a Daniela le robaron el celular... (chiste)
ResponderEliminarAunque me corrijo, no todos los adultos miran hacia otra parte ante el dolor de otro.
Es cierto, pero en los ámbitos públicos, donde nadie se conoce con nadie y los cuerpos se esquivan, la frescura de los niños que todavía les es permitido mirar a los ojos puede ser importante.
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