Cuando una
puerta se cierra definitivamente con mil vueltas de llave y candado en varias
partes a lo largo de toda su dimensión, nosotros, mortales que vemos cada
frustración como el principio de esa condición que nos envuelve y nos iguala,
lloramos amargamente el duelo sin descubrir de primeras, por la imposibilidad
que las lágrimas nos infieren con su cortina nubosa y húmeda, una puerta
imprevista abierta de par en par. Y a pesar de que otros ya se han dado cuenta
y nos dan señales muy claras y exageradas, nuestro rumbo se atasca en una
laguna podrida que mira hacia la ventana de lo que pudo haber sido si. Sin
embargo, y aunque parezca incorrecta la expresión y el concepto, ese tiempo
estancado en ginebras, no es menos que un preámbulo para salir del pozo. No hay
angustia que no tenga dentro de su consistencia turbia y desordenada las
coordenadas y los códigos más recónditos de nuestros verdaderos anhelos y
verdades. Cuando son reconocidos basta salir del bar y echarse a caminar por la
vereda del sol para encontrar la bendita puerta que queremos.
jueves, 6 de febrero de 2014
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