Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

domingo, 14 de diciembre de 2014

Antes que amanezca




Antes que amanezca


El sol no aparece. El sol se resiste por debajo de la línea horizontal que divide y separa las aguas que conforman el sueño, sitio común e ingobernable de la ciudad que duerme todavía en sus almohadas y colchones aquí y allá y en silencio, del aire que irá entibiando los cuerpos y las conciencias hasta dejar la vigilia en situación corriente y derramar las voces y los ruidos, el comercio y los motores, el gobierno, la ley y la policía.

Pero todavía el sol impone su resistencia y el día no arranca del letargo nocturno. Será como las seis o la siete de un invierno perdido en los años noventa, dos mil, o quizás en un futuro incierto entre el dos mil veinte y el cuatro mil. Qué importa, será lo que será en el tiempo correcto en el cual el sol no quiere salir de ahí.

Entonces, lejos de toda previsión y mientras nadie logra saberse y despertarse en ese día que busca empezarse a sí mismo para poder decirse un buen día, mientras todavía una negrura vacía y sin estrellas tapa como un copón de vidrio opaco la ciudad entera, rompo de golpe una pesadilla irrecuperable en mi memoria pero intacta y presente todavía en las fibras vibrantes de mi cuerpo. Es un sobresalto, una toma de conciencia brusca y una erección confusa de todo el torso desnudo que se desembaraza de las sábanas muy rápido, atléticamente, como si yo fuera un luchador en la arena de un circo y me quitara de encima con el mejor de los movimientos el león más pesado y bravo.

Y nadie está. Nadie está despierto además de mí. La soledad es real, solamente los cuerpos vacíos de conciencia en otras habitaciones de otras casas, de otros edificios pueden adivinarse en la oscuridad.

Percibo el silencio ensordecedor de la multitud que duerme y en él existo como una pequeña luz sobre un fondo de negaciones absolutas. Estoy solo como un robinson en el medio de una ciudad enorme que sin embargo no existirá sino hasta quizás después de las ocho.

Me aventuro en esa tierra inhóspita y civilizada de calles vacías. Salgo y me dejo guiar por mi instinto de supervivencia pensando que tal vez debería haber llevado un arma para defenderme de posibles monstruos. La ciudad permanece oculta , inconsciente, como muerta o como animal salvaje que se resiste con el sol a ser dominada por la luz, el comercio, la ley y la policía.




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