Olvido de ausencia
Hay silencios como ecos que se expanden por toda la casa. Y es la memoria, el monólogo interior que choca, una y otra vez, en las paredes pintadas y vacías. Silencios que suenan y se disparan infinitamente espejados para terminar de vuelta en uno que se enrosca memoriosamente reflexivo sobre el mantel, las sábanas, los libros y las plantas.
Después, un rato de después, encierro la conciencia y la encapsulo mintiéndome que la historia la puedo encajonar sin nombre en un legajo roto adentro del último estante. Y hago como si, me preparo la vida como si, cierro las persianas para hacer como que es de noche aunque el sol ablande el asfalto a mediodía. Pero no. Nada de eso. Es la vida que viene a pedir clemencia y a mendigar ese amor ido, incapaz e irrecuperable que tantea la oscuridad y ese formato de olvido para desmentirlo y hacerlo caer hacia la cruda realidad y la botella de ginebra.
Silencio. Una y mil veces silencio. Mañana vuelve el lunes y ya no tengo tu mano, ni tu voz, ni el humo del último cigarro dando vueltas en la casa.
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