Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

miércoles, 25 de marzo de 2015

Otoño




Otoño


Otoño llega, así, de pronto. Ni el calor ni el tiempo pueden decir nada. Otoño se instala en la ventana, en las paredes húmedas y en el espejo empañado. Hace su entrada por el chiflete de debajo de la puerta --todavía no me encargué de burletear las aberturas-- y sacude las copas para desparramarlas, de a poco, encima de la calle y la vereda. Todos los años se hace algo penoso tratar de barrerlas, es un trabajo que se burla de uno.  El viento de abril se encargará de hacer que las hojas arremolinadas suban y caigan, una y otra vez, hasta el agosto, yo deberé barrer todos los santos días. Pero hoy es un día diferente, hoy saco mi cuerpo indócil afuera para otra cosa, lo desconecto del adentro y lo enchufo en la intemperie porque organizo una comida. Camino, medio emponchado y tibio aunque reumático por el frescor en los pies y la humedad en los huesos, con un sol lúcido pero sin fuerza por la calle de tierra que conduce al roble. Llego hasta ahí. Lo miro con pupilas diminutas, y me mira, me devuelve una mirada rojiza tirando al cobre. Añoso. Luego, el almacén, las latas, las verduras y los huevos antes de volver. La luz, el frío, algún grano volador  de polen o de tierra me provoca el primer estornudo que es comienzo de los resfríos del año. Después, ya en casa, durante el mediodía, me hago un guiso para tres. Vendrán mis nietos a comer y sacarán a Puqui a pasear, juntarán bellotas del roble y me las vendrán a traer de a montones.




No hay comentarios:

Publicar un comentario