Buscar y encontrar

Aquí la tierra se funde con mis manos

martes, 3 de noviembre de 2015

Gracias al café




Gracias al café


       Me he servido un café. Negro. Caliente. Con el aroma de una idea. Sube. Levanta mi espíritu de noche, de trasnochado, de insomne. Mi nariz lo testea, lo examina a ojos cerrados, lo imagina y lo busca. El vapor blanco de un café negro se hace idea en mí. Lo dejo ser; en su taza y con su asa ha de ser siempre un buen café. Café, café, café. Contenido en esa porción de espacio de loza o porcelana, cargado de fantasmas que despiertan a la luz de las lámparas. Negro. Caliente. Así ha de ser y así me vendrá a convidar de su misteriosa y hermosa sustancia. Entonces no pienso más y con mi mano derecha encendida y temblorosa me acerco a él, a mis labios desde su reborde de loza o porcelana. A su forma líquida, caliente, negra y café; recubierta en su envase blanco que es la taza y su asa.
       El primer sorbo es tímido, quizá temeroso: apenas un beso en el borde, como testeando temperatura, como testeando la boca y los dientes, la lengua y el paladar para saber si se está listo. Después, el suave trago, el breve y suave trago del café caliente, del café negro, del café. Y estamos preparados para el segundo y el tercer trago. Y lo dejamos ser, lo dejamos devenir en su sabor, adentro nuestro, adentro de mí. Ahora vienen las poesías, el papel escrito en verso o en prosa pero siempre como un poema. El café me inspira, me hace sentir que puedo conmigo y que el poema lleva  su curso.








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