Fin de mes
La vidriera
limpia, lisa, fría. Adentro, olor a café con leche. Más adentro todavía, sabor
a café con pensamiento monológico, dubitativo.
La mesita
se mueve un poco a razón de un vaivén entre patas desparejas. La taza, vacía,
todavía tibia, manchada por adentro de marrón claro, con una huella de un labio
inferior sobre el reborde, rosada.
Las piernas
depiladas una sobre otra y un pie inquieto zarandeando un zapato negro de taco
aguja, relucen por debajo de la mesita. El pelo, suelto, morocho, negro
brillante, en ondas, llega hasta la tabla y, como una cortina que se abre hacia
los costados, recorta la visión panorámica de la tarde a un solo acto de
conciencia.
De vez en
cuando, María levanta la cabeza y ve a través de la vidriera limpia, lisa y
fría el sábado que le devuelve con un ir y venir de coches, naves terrestres
que se deslizan mano norte y mano sur por la avenida.
A cada
erección de cabeza el agua con gas va disminuyendo el nivel adentro de la
botella transparente y burbujeante, y los sobrecitos abiertos de edulcorante en
polvo aparecen anaranjados y desparramados alrededor de las blancas
servilletas.
Ahora,
María, ha dejado de pensar.
Quizás por
cansancio; quizás porque su conciencia llegó a una conclusión resolutiva y
redonda.
Entonces,
con un movimiento rápido, astuto, casi desprovisto de pudor, se levanta y sale.
Sin pagar.
El mozo, el
encargado y, también, un cliente de muchos años tardan en decidirse a correrla
y eso le permite, a María, desaparecer.